La victoria de la candidatura de Pedro Sánchez en las primarias del pasado domingo representa la consecución de una auténtica moción de censura contra el establishment socialista. La derrota de Susana Díaz es la derrota del Partido Socialista de siempre, es decir, el de Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, el de los dirigentes de prácticamente todas las federaciones, el de los históricos Alfonso Guerra o José Bono, y el de una larga nómina de exdirigentes que han dado su apoyo expreso a la candidata andaluza, y que han sido las referencias del Partido Socialista desde la Transición hasta nuestros días. Un Partido Socialista que, con sus sombras, por supuesto, ha conseguido que el PSOE haya sido el partido que más tiempo ha gobernado en España y el que ha dado identidad a la socialdemocracia en nuestro país. La derrota de Díaz es, en definitiva, una enmienda a la totalidad.

La victoria de Pedro Sánchez es la victoria de multitud de militantes desencantados, que han roto su noviazgo con el sistema establecido dentro del partido y que desde su anonimato han manifestado la voluntad inequívoca de dar un giro sustancial a lo que ha representado el PSOE hasta ahora. Algunos han querido señalar esta victoria como si se tratara de un nuevo Suresnes, una renovación del Partido Socialista para recuperar la ilusión. Sin embargo, hay muchas diferencias que distancian aquel PSOE del que surgió el pasado domingo.

El nuevo PSOE tiene la difícil tarea de creerse la unidad del partido y, para ello, debe contener el deseo irrefrenable de muchos que desean sustituir a los llamados barones del partido, es decir, a los secretarios generales autonómicos, que han apostado por Susana Díaz. Estos secretarios generales, a su vez, son presidentes de sus comunidades autónomas, por tanto, cualquier desmedido intento de contestación interna podría desestabilizar los gobiernos que tanto han costado recuperar. Este temor se puede extender al feudo socialista por antonomasia, que es Andalucía y, definitivamente, perder la hegemonía del partido en esta Comunidad.

Además, el nuevo PSOE se encuentra ante la disyuntiva de mantener la organización del partido, que ha permitido ofrecer su fortaleza en las campañas electorales, a pesar de las dificultades, y ha jugado un papel determinante en la exigencia de responsabilidades de los dirigentes, o bien renegar del mismo y parecerse a los partidos nuevos que, al no tener organización, apuestan por los círculos y asambleas, las cuales son más fáciles de controlar. Sin duda, el nuevo PSOE debe incentivar la participación de los militantes, pero no debe olvidar que su organización también ha sido un activo importante.

Por último, el nuevo PSOE, como el resto de partidos socialdemócratas europeos, tiene el difícil reto de actualizar la socialdemocracia. Hay serias dudas de que tal objetivo pueda conseguirse siquiera a medio plazo, por ello el PSOE debe poner atención en que la mayoría de los votantes en España se ubica en el centro-izquierda, tanto es así que cuando el PSOE ha sabido consolidar una propuesta política centrada ha gobernado nuestro país. El nuevo PSOE no debería caer en la tentación que proviene de aquellos que buscan una confrontación visceral, alejada del Parlamento. El nuevo PSOE no puede dejar de ser útil y pragmático para los intereses de los españoles, pues fue esa visión la que permitió gobernar a la generación de Suresnes.