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Arturo Ruiz

La rabia de quienes querían cambiarlo todo

«Yo soy paciente y reiteraré hasta que caigan/Ya hemos abierto las mentes y los portones de las casas». Estos versos de La Gossa Sorda, el grupo del actual diputado de Compromís Josep Nadal, plasman con nitidez el anhelo de cambio que durante años latió en toda la izquierda por alcanzar el poder en esta tierra después de lustros de gobiernos del PP, por convertir en posible desde ayuntamientos y despachos la arquitectura de lo imposible soñada en las tertulias y los mítines de los duros tiempos de desierto en la oposición. Por eso sería un error pensar que la diatriba que el pasado sábado lanzó el portavoz del gobierno de Alicante, Natxo Bellido, contra sus socios del tripartito, PSOE y Guanyar, era otra escaramuza más en la eterna guerra abierta en el gabinete de Echávarri. Cuidado. Fue mucho más.

Bellido dijo que aquí «el gobierno del cambio no se ha alcanzado porque algunos han arrojado la toalla, no saben convivir en pluralidad y le están entregando el poder a la derecha»; es decir, vino a admitir en voz alta lo que tantas voces de la izquierda alicantina se barruntan en privado: que la gente de Barcala no tiene que hacer nada (más que quedarse calladita sin errores de bulto) para que el PP recupere el poder en esta ciudad. Bellido estaba aceptando que a estas alturas el tripartito ha fracasado con estrépito, por supuesto y a su parecer no por culpa de Compromís, sino de Echávarri y Pavón.

Pero Bellido no sólo hablaba de fracaso político, sino de un fracaso ideológico, vital, cultural, casi sicológico. En su discurso venía a decir que todo aquel deseo de resistir hasta que caigan, de soñar con abrir puertas y ventanas, no ha servido en Alicante para nada. Sus palabras, teñidas de tristeza, de frustración, contrastaron en ese acto celebrado por Compromís en San Blas con las del conseller Manuel Alcaraz, quien con euforia expresó que el Consell, casi con la misma identidad política que el Ayuntamiento de Alicante, el famoso Pacte del Botànic, sí está triunfando y devolviendo el orgullo a esta tierra tan dolida tras los proyectos temáticos y los oropeles de Zaplana, Camps y Fabra.

Todo esto, este abismo sideral entre el ánimo de Bellido y el de Alcaraz, es obvio: todos los gobiernos del cambio están contando aunque sea con matices con el beneplácito de la ciudadanía - Ximo Puig en el Consell, Joan Ribó en la ciudad de València- a excepción del de Alicante. La última encuesta publicada por este periódico así lo demostraba.

Recuerdo una conversación con Bellido hace un año. Era domingo, primavera también, una mañana soleada, plaza Gabriel Miró. Un montón de niñas y niños dibujaban en unas mesas colocadas bajo los ficus y junto a la fuente en un acto organizado por una de las concejalías de Compromís. A Bellido se le veía cansado pero contento. Señalaba que por actos como estos en los que una multitud de peques podían ocupar la calle al aire libre con rotuladores y óleos todo merecía la pena; me agregó que estaba ilusionado, que tenía un montón de proyectos en marcha, una gran agenda cultural para la ciudad, los cambios en el callejero que entonces Espuch había empezado a esbozar sin sospechar los dramas que vendrían después. «Cuesta pero caminamos», se despidió Bellido.

Me pregunto si un año después y tras toda la rabia que quienes querían cambiarlo todo expresaron en San Blas, Bellido sigue pensando igual. Va a ser que no.

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