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Martín Caicoya

Naturaleza y tecnología

Mariano Arias Páramo muestra en "El escriba sagrado" el camino que recorrió el hombre hasta el descubrimiento de la escritura

La tecnología nos ha hecho reyes de la naturaleza, o quizá dictadores. De ahí que nuestra era se denomine el Antropoceno. No fue siempre así. Al principio éramos pocos y muy vulnerables. Habíamos perdido casi todos nuestros medios de defensa y ataque, como si negáramos la carrera armamentística que se desarrolla en la naturaleza desde hace millones de años. De ahí que la especie homo fuera escasa. Pero la naturaleza no sabía que estábamos inventado nuevos métodos de supervivencia. En vez de armas incorporadas, que tienen un coste importante, aprendimos a usar los medios, primero lanzando objetos con esa maravillosa coordinación hombro-mano-vista, después con instrumentos para lanzar más lejos, fuerte y preciso, pronto dominando fuerzas implacables como el fuego. Además, desarrollamos una mente que dio con el habla. Ya no teníamos que cargar nuestra naturaleza con conocimientos o predisposiciones para estar en el mundo: lo aprenderíamos durante la crianza trasmitido por la palabra. Y con los primeros destellos de especie de éxito se inventó la escritura. A cómo llegamos a ello dedicó su último libro Mariano Arias Páramo. Un hombre poseído por la pasión de saber y entender. No me puedo explicar su muerte, tan temprana.

Siempre me había maravillado la escritura fonética: cómo, en ese río que es la palabra, pudieron identificar una serie de sonidos con los que la construimos. No me sorprendía la escritura silábica, se dice que su antecesora, y menos aún la jeroglífica u otros tipos de signos que representen palabras o incluso ideas. Pero llegar a descodificar toda el habla en 22 o 23 consonantes y 5 o 6 vocales me parece formidable, la tecnología más inteligente jamás desarrollada.

La ergonomía se dedica a estudiar cómo evitar el daño que pudiera provocar en la salud de los trabajadores la interacción hombre-máquina. En el ámbito de la escritura se estudia la carga física de los trabajadores de pantallas. Por ejemplo, se le ha atribuido, con dudas, el síndrome de túnel carpiano producido por una mala postura sostenida de la muñeca al teclear. O la postura sostenida de la espalda y cuello se asocia a dolor musculoesquelético; quizá lo mejor para evitarlo, además colocarse de forma que ninguna parte del cuerpo sostenga mucha carga, sea moverse y cambiar frecuentemente. Nunca hubo tanta preocupación por los efectos en la salud de la escritura. De "analógica" conocíamos el espasmo del escribiente, un trastorno raro, incorregible, que deja la mano dominante en permanente contracción.

Una de las grandes aportaciones del trabajo de Arias en "El escriba sagrado" es la perspectiva antropológica en el desarrollo de la escritura. Lo hace a través del examen de la que más le fascina, una de las primeras: la cuneiforme. Incluso aprendió a escribir en esta modalidad y era experto en el diseño cálamos, el instrumento con el que se hollaba en la arcilla para imprimir el signo. Examina cómo la disposición y características de nuestro organismo influyeron en los medios y métodos de escritura.

Arias considera que la escritura es cualquier instrumento capaz de dar significación, no importa cómo se represente. Mientras en la misma época, aproximadamente, los egipcios dejaban sus signos en papiros y mucho antes, los paleolíticos los imprimían en las paredes con pinturas o punzones, en Mesopotamia eligieron la arcilla. Escribir exige tomar entre los dedos el cálamo y recorrer la tablilla mientras se va incidiendo. Reflexiona sobre la postura y lógica de esa interacción. Se dio cuenta de que las tablillas tenían unas dimensiones semejantes que facilitaban su mantenimiento en la mano no dominante mientras se incidía con la otra provista de un cálamo. Hay una triple relación entre la materia (arcilla), útil (cálamo) y el trazado que durante 3.000 años marcó la escritura cuneiforme, pero no tuvo la misma influencia en la jeroglífica.

Como herencia de la escritura pictográfica, al principio se trazaba de arriba abajo y de derecha a izquierda, hasta que por fin en el tercer milenio AC se dieron cuenta de que es mejor el trazado horizontal de izquierda a derecha: se evitaba así que la mano diestra deshiciera los signos antes grabados y además se aprovecha mejor el giro de la muñeca. Esto impulsó que en el triángulo biselado del cálamo se alargara una de las puntas e imprimiera así un signo más estilizado. Se procedía del cálamo pictográfico, un punzón cuya pretensión era la escritura figurativa, hacía la resolución de los problemas de agilidad y uniformidad. Esa escritura alcanzaba una gran sofisticación.

Hay una lección biológica en todo esto. Sabemos que la naturaleza llega a soluciones parecidas desde presupuestos diferentes: hay varias formas de ver o de volar. Es tecnología que se incorpora en el organismo. Nosotros creamos exotecnología, que también es naturaleza. Diferentes culturas llegan a soluciones parecidas, como es la de dejar constancia de lo que hacemos y pensamos, desde presupuestos distintos y lo mismo que la morfología del insecto, el ave o el murciélago determinó la forma de volar, en la escritura los medios e instrumentos utilizados determinaron su evolución y forma.

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