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Joaquín Rábago

Modales de mala perdedora

La presidenta de Andalucía mostró la noche del domingo sus modales de mala perdedora al no mencionar siquiera por su nombre a quien tan gallardamente acababa de derrotarla en la pugna por el liderazgo socialista.

Ni con todas las viejas - y ajadas cuando no desprestigiadas- glorias del Partido Socialista, ni con el grueso del aparato descaradamente a favor de su candidatura consiguió Susana Díaz el triunfo que ambicionaba.

Sus nada disimuladas ansias de poder, unidas a un excesivo personalismo en el planteamiento de su campaña, acabaron jugándole a la líder andaluza una mala pasada.

Tampoco la ayudó, como esperaban ella y sus socios de la dirección socialista, el apoyo prestado por los más importantes grupos mediáticos del país con editoriales fuertemente críticos con su rival Pedro Sánchez.

Lo ocurrido el domingo sirvió para demostrar, si no estaba ya suficientemente claro, el enorme divorcio existente entre la dirección de ese partido y la militancia, sobre todo la más joven, abierta a los nuevos desafíos.

Muchos militantes del PSOE nunca perdonaron el modo tan poco elegante en el que el electo secretario general del Partido Socialista acabó defenestrado por el aparato tras sus dos derrotas electores frente al PP de Mariano Rajoy, de las que no fue, ni mucho menos, el único responsable.

Como evidentemente no perdonaron tampoco la traición de algunos dirigentes que habían estado a su lado para cambiar luego de modo oportunista su discurso o las presiones ejercidas una y otra vez sobre un Sánchez a quien muchos dentro del partido dieron por acabado.

Susana Díaz hizo evidentemente a su vez un mal cálculo, que sin duda le pasará factura incluso en su tierra, al creer que su modelo de partido podía exportarse de Andalucía al resto del país.

A juzgar por la reacción de la presidenta andaluza la noche de su derrota, Sánchez no va a tenerlo tampoco ahora fácil en su esencial tarea de reconstruir un PSOE profundamente dividido y en busca de un nuevo rumbo.

En primer lugar tendrá que renunciar a sus vaivenes ideológicos y centrarse en lo importante: el intento de unir a toda la izquierda para plantarle cara a un PP corroído por la corrupción y que tanto necesita pasar a la oposición para poder allí regenerarse.

No es de esperar que vayan a ponérselo precisamente fácil ni los derrotados de su propio partido ni el Podemos de un Pablo Iglesias cuya propia ambición de poder puede convertirse en un importante escollo en ese camino.

Ya algunos de los medios que apostaron por su derrota frente a Susana Díaz y que tanto recelan de lo que califican de "modelo de partido asambleario" parecen augurarle al PSOE de Sánchez un futuro tan incierto como el del británico Partido Laborista de Jeremy Corbyn.

Toca ahora a Sánchez y al equipo del que sepa rodearse demostrar que el PSOE no va a seguir resignándose a ser la alternativa del PP sólo para hacer la misma política sólo que con ciertas ligeras correcciones.

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