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Javier Mondéjar.

El toro, el torero y el gato

Mi maestro en este oficio columnario -a distancia sideral de mí, obviamente - escribió en los años 40 una serie sobre la tauromaquia desde su absoluto desconocimiento, tal que un extraterrestre que bajase al coso. La tituló «El toro, el torero y el gato» y fueron unas deliciosas anticrónicas taurinas escritas en clave de perplejidad y sorpresa sobre lo que sucedía en los ruedos. Una de las tesis de Wenceslao Fernández Flórez era que mucho más miedo que los toros dan los gatos y si se soltasen en la plaza una docena de micifús callejeros (de los años del hambre) no habría torero que permaneciese a pie firme. Wenceslao no tuvo en cuenta que los mininos de ahora disponen de unos pedigrís que para sí los quisiera el Duque de Alba y su fiereza ha descendido algunos grados. No me imagino a mi gato Aramis arañándole a ningún humano, seguramente por displicencia, no por bondad innata ni por falta de ganas.

No soy entendido ni mucho menos, casi ni aficionado, aunque veo algunos toros de la Feria de San Isidro en la tele. Más que el hecho en sí o los toreros del momento, que muchas veces son un aburrimiento soporífero, me gusta examinar las liturgias, el lenguaje propio, el arte que ha generado esa fiesta pagana y que sólo por ello merece seguir existiendo, por encima de razonamientos seudo animalistas. Es verdad que ver agonizar un bello animal como el toro bravo deja siempre sentimientos encontrados y que como celebración bárbara de la vida y la muerte es un fósil, el único rescoldo que queda en el mundo, heredero de Creta y del Coliseo, del Minotauro y los gladiadores. Pero aunque sea una reliquia de un pasado sangriento hay muchos miles de españoles (y de franceses y de hispanoamericanos) que sienten pasión por la fiesta y tan sencillo es, si no te gustan, no verlos, como hago yo con el fútbol americano, que me parece un tostón incomprensible.

Los toros no son ni de derechas ni de izquierdas, hay gente de derechas a los que repugna y de izquierdas que los adoran, pero la nueva izquierda quiere ocupar espacios y votos, por ejemplo los de los llamados animalistas, y en ese afán han hecho bandera de abolir los toros por activa o por pasiva. Ya lo han conseguido en algunos territorios y andan peleando en lugares de tanta tradición como Pamplona o Alicante. Particularmente creo que no hay nadie más animalista que un ganadero de reses bravas; el toro de lidia (o el caballo de carreras) son los animales más cuidados de la creación y nadie recibe mejores alimentos, más desvelos. Los entrenan para morir, pero nadie vive mejor vida en el interín (excepto mi gato, obviamente).

En todo caso en este afán de ponerle palitos a las ruedas a ver si descarrilan, la alegre muchachada podemita y de compromís del Ayuntamiento de Alicante, primero no quisieron firmar la conformidad a las corridas de la feria de Hogueras -me imagino que para no soliviantar a alguna de sus bases- y luego se han lanzado con todo para protestar por la utilización de una figura de izquierdas, Miguel Hernández, para promocionar los toros en el cartel de la feria. Para mayor vergüenza y escarnio, los autores del cartel tenían la autorización de la familia para incluir la foto del poeta y unos versos alusivos a los toros. Por si fuera poca la metedura de pata, no es que Miguel Hernández fuera un indiferente a la fiesta o un enemigo, es que era un gran aficionado que, entre otras cosas, escribió capítulos enteros del Cossío, que es la biblia de la tauromaquia. ¿Se puede ser comunista y aficionado taurino?: pues obviamente sí, el poeta de Orihuela era ambas cosas. Por lo que se ve, ahora deben de ser excluyentes, en este mundo de etiquetas que una parte de la sociedad desea para no ser confundida con la otra media parte. La final es la ley que pretende prohibir directamente los toros y que si no lo remedia alguien podría salir adelante a poco que se empeñen los socios del tripartito.

Vistos los antecedentes, vete a saber qué pasaría si se plantease un referéndum «toros sí, toros no» no es extraño que ganase el no por indiferencia general. También estoy seguro de que si se plantease un referéndum para elegir entre los relojes mecánicos o los cuarzos ganarían los segundos aunque yo me emplease a fondo en defender el anacronismo de las ruedecitas, los muelles y los escapes. Lo que no me parece bien es que las minorías no tengan ningún derecho; no les pido que compartan mis gustos, pero, hombre, déjenme disfrutarlos en paz y no hablo en este caso de los toros, que habré ido presencialmente en mi vida a una docena de corridas como mucho.

No van a abandonar la presa y el futuro es suyo, porque son más latosos y mucho más militantes. Apuesto lo que quieran a que los toros en Alicante tienen los días contados.

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