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Juan R. Gil

Las primarias que perderá el PSOE

De todos los grandes partidos europeos, el PSOE es probablemente el que más molesto está consigo mismo. No es un fenómeno nuevo. Pero sí es llamativo. El partido que fue decisivo para que la transición de la Dictadura a la Democracia no descarrilara como otras veces en nuestra historia, el que más veces ha gobernado España y más ha contribuido a modernizar este país, es una organización en permanente deconstrucción, cuyos dirigentes parecen más preparados para combatir contra sí mismos que para afrontar al rival y cuyos militantes -cada vez menos y más distanciados de sus electores, esto también es cierto- se diría que viven en la perplejidad: de un lado, están afiliados, lo que no tiene poco mérito en los tiempos que corren; de otro, están siempre dispuestos a avergonzarse de ese mismo club al que le pagan las cuotas, removerlo de arriba abajo cada pocos años y apuntarse a la última trampa que les tienda el contrario, sea cual sea ésta. Parecen esos niños que, teniéndolo todo, siempre miran con envidia al compañero, reconcomiéndose por el bocadillo que tiene entre manos, aunque el suyo sea más grande y mejor.

Cuando Podemos nació, un buen conocedor de las dinámicas políticas me explicó: «El problema de los de Pablo Iglesias es que no tienen estructura, mientras que en cualquier pueblo de España hay una Casa del Pueblo, aunque ya nadie la visite. Por eso Pablo Iglesias no podrá dar el sorpasso». No lo dio, efectivamente, pero logró que muchos socialistas creyeran que su fórmula era la buena y estén dispuestos a tirar por la borda la propia, aunque haya sido capaz de mantenerles como primer partido de la oposición y recuperar el mando de relevantes autonomías y ayuntamientos. Iglesias sólo defiende la democracia plebiscitaria porque la escasa estructura que tiene únicamente le da problemas (echen un vistazo a lo que les está pasando en la Comunitat Valenciana y comprenderán lo que digo). Y porque el asamblearismo que enarbola es -y él lo sabe bien- la forma más sencilla y menos democrática de dirigir un partido en el que todo el mundo se pierde en discusiones estériles (vayan a una reunión de un Círculo cualquiera de Podemos, y sabrán de lo que hablo), mientras el líder providencial y providencialista hace lo que le da la gana, porque no hay contrapesos ni medida: hay un barullo abajo, utilizado a conveniencia por el que está arriba, que en realidad, aparentando dar cuentas a todos no las da a nadie. Miren los cadáveres que a su alrededor acumula el carismático líder morado y saquen ustedes sus conclusiones.

Una parte importante de la militancia socialista -quizá mayoritaria, hoy lo sabremos- ha decidido sorprendentemente que su partido no es democrático si no funciona como el de Iglesias. Que el PSOE, en orden al proceder democrático interno, tiene importantes fallas, es algo evidente. Pero que su fórmula, con no ser inmaculada, es la que mejor garantiza la representatividad y la toma conjunta de decisiones de entre todas las fuerzas parlamentarias, también es algo contrastable. Y, sin embargo, están dispuestos a tirar todo lo acumulado desde la Transición porque alguien desde fuera, que reniega de ella porque no puede apropiársela, les ha convencido de que el postureo es mejor que la responsabilidad. No es la primera vez que ocurre: uno recuerda cuando los socialistas se metieron en la vorágine de la renovación, porque el PP se había «refundado» y había puesto de moda el término. No repararon entonces que los populares lo hacían -y lo hacían bien- por supervivencia: necesitaban renovarse porque muchos de sus dirigentes, empezando por su entonces presidente Manuel Fraga, tenían el pasado manchado de franquismo. Los socialistas, no; pero asumieron el principio con tanta frivolidad que ellos se quedaron en los huesos mientras a los de Aznar le servían el poder en bandeja.

Lo peor de todos estos procesos por los que cada cierto tiempo los socialistas nos hacen pasar es que ni siquiera sus movimientos se hacen para avanzar. Disfracen como disfracen lo que hacen o lo que dicen, se trata de simples ajustes de cuentas, que a lo que se ve en el adn del partido es un gen defectuoso imposible de erradicar. Cada vez que ves la foto de un acto de Sánchez o uno de Díaz y te fijas en quienes los rodean, no puedes por más que preguntarte cómo pretenden convencer a los ciudadanos de que los que pueblan esas imágenes están preocupados por el bien común. Con honrosas excepciones, por supuesto, ahí sólo hay una legión de desheredados que quieren volver a quedarse con la finca (da igual cuánto de menguada vaya quedando ésta) o de herederos que luchan por no perder el trozo de tarta que en el último reparto les correspondió.

Puede que hoy gane Sánchez o puede que lo haga Díaz. Ambos tienen posibilidades. Si gana Sánchez, ¿qué es lo que va a hacer mañana el PSOE? Puesto que todo su programa es echar a Rajoy, es de suponer que su actuación lógica sea ordenar sumarse a la moción de censura que contra él ha presentado, con la habilidad para sembrar de minas el suelo socialista que le caracteriza, Pablo Iglesias. ¿Y entonces, qué? ¿El PSOE al servicio de Podemos? ¿Y si gana Díaz? Habiéndolo fiado todo al aparato, teniendo que defender a un mismo tiempo al conjunto (el PSOE) y a una parte (Andalucía), ¿qué va a pasar? ¿El aparato contra la militancia? ¿La réplica a La Moncloa desde el Palacio de San Telmo, con todos los demás rehenes de la situación? Mientras los demás partidos van a lo suyo, el PSOE lleva en permanente proceso electoral desde hace dos años y, con independencia del resultado de hoy, sus estatutos le fuerzan a estar así todavía uno más. Vaya pan como unas hostias.

Puede que gane Díaz o puede que lo haga Sánchez. Los avales de la primera son menos fiables que los que han permitido al segundo volver de la tumba para proclamarse rey de los zombies. Pero da igual quien se imponga. Gana Rajoy, curiosamente al que unos y otros, por vías distintas, quieren echar, pero al que este falso invento de las primarias sólo hace que darle aire para que pueda, mal que bien, disimular su podredumbre política y proporcionarle prórrogas y coartadas que no soñaba tener. Y triunfa Pablo Iglesias, un líder que dijo venir a representar la indignación con el sistema de millones de ciudadanos pero que a la hora de la verdad está cada día más lejos de vencer en unas elecciones y sólo parece experto en ganar asambleas. ¿Las de Vistalegre? Sí, claro. Y también las del PSOE. Los socialistas deberían darle la secretaría general de una vez. Se hundirían más rápido, pero al menos dejarían de liar. Que todavía tienen unas cuantas administraciones que gobernar.

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