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Miguel y la polémica sectarista vacía

Nadie pensaba que se pudiera provocar una polémica tan estéril con el grafismo de un cartel taurino hasta que llegaron los políticos de Alicante y, en una altura cultural de miras «cutre salchichera», se arrogaron el derecho a decidir qué sí y qué no puede aparecer en una imagen publicitaria taurina. Esta izquierda torpe en sus movimientos y empobrecida en sus ideales nos está dejando con el culo al aire.

Sin llegar al bochorno que sentimos como alicantinos cuando se conoció todo aquel dislate de la ex-alcaldesa Castedo en el «caso Ortiz» o con la consiguiente intervención de las cuentas del ayuntamiento, la imagen que se ha proyectado al exterior con esta controversia gratuita alrededor de la imagen de Miguel Hernández roza el ridículo. La ilusión de otra manera de hacer política la están vertiendo por el sumidero de la torpeza más infame, y todo porque esta nueva progresía no se quita el viejo revanchismo guerracivilista. La tauromaquia, fiesta del pueblo que han entregado al partido más corrupto de Europa, la han convertido en batalla polarizada, en contienda de rojos contra azules que ni es cierta ni beneficia a nadie. Porque a los tendidos de una plaza de toros van gentes de todo signo, de toda ideología, de toda extracción social. Y la fiesta de los toros no tiene siglas ni tiene doctrina y, en todo caso, fue robada por el pueblo a los nobles que intentaron apropiársela.

Y a esa izquierda «animalista» de foto y voto populista, que no se plantea ni qué significa ese espurio concepto, le ha dolido en su rojerío más atávico que se haya relacionado tan a la vista al poeta oriolano más universal con la tauromaquia. A quien firma estas líneas no le gustaría, sin embargo, que en el lodazal de la polémica se perdiera el sentido último y verdadero de este asunto. El autor de ese desgarrador «Cancionero y romancero de ausencias» fue aficionado a la tauromaquia. Y no porque se diga aquí, o porque escribiera la obra de teatro «El torero más valiente», o porque colaborara intensamente con José María de Cossío en la enciclopedia Los Toros, ideada por otro «mindundi», José Ortega y Gasset. Miguel Hernández, le pese a quien le pese, «fue taurino como aficionado, como poeta, como admirador y como autor». Lo afirma una de las voces más reputadas en su figura, José Luis Ferris, brillante biógrafo del Perito en lunas orcelitano, según nos recordaba nuestra compañera Cristina Martínez hace unos días. Y también sufrió Miguel la incomprensión en su tiempo por su taurinismo. Otra dato, otra prueba: según declaraciones de Luis Rodríguez Isern recogidas por Eutimio Martín en su libro Oficio de poeta. Miguel Hernández, acerca de su estancia en la cárcel de Torrijos en 1939, «en nuestro grupo él era el único defensor de la llamada fiesta nacional, y por ello le formamos juicio y le condenamos por complicidad en la tortura de animales». Qué paradoja: otra vez se le arrincona por su afición... Y ahora, allá cada uno con su ignorancia consciente si quiere seguir con esta burda manipulación en sede consistorial o en campañas en la red.

Esta falta de respeto continua a los aficionados, este ataque constante a sus derechos, destapa lo peor de cada casa. Marisol Moreno anda recordando oportunistamente en las redes sociales los degradantes e intolerables insultos que algunos le han proferido. Nada justifica esas faltas de respeto que descalifican siempre a quien las hace. Tampoco está bien que conviertan lo excepcional en norma general. Ni ella ni sus seguidores. La realidad no está en internet. De ser así, habría que recordarle a «La Roja» aquellos tuits donde deseaba poner bombas en los tendidos de las plazas de toros. Ahora la cosa ha cambiado, y el «bombardeo» lo lleva a cabo desde dentro de la institución consistorial, intentando que se apruebe una nueva ordenanza de animales en el que no se incluye la excepcionalidad de las corridas de toros. Yo tampoco lo haría, la verdad, porque en las palabras «maltrato» y «tortura» no cabe la lidia del toro. No lo digo yo, que lo dice la RAE. Y sí que cabe en la palabra «cultura» porque eso lo decide el pueblo soberano. Y no dejará de serlo por mucho abolicionismo que intente negarlo. La literatura es arte a pesar de que muchos pretendieran quemar todos los libros; la escultura también, aunque se derriben estatuas... y así hasta donde quieran. Y para que los ilustres ignorantes «progres» no se irriten porque citemos otra vez a Miguel, cerraremos con unos versos de Bécquer, que a este no lo quieren en exclusiva: «Mientras la ciencia a descubrir no alcance / las fuentes de la vida, / y en el mar o en el cielo haya un abismo / que al cálculo resista; /mientras la humanidad siempre avanzando / no sepa a dó camina, / mientras haya un misterio para el hombre, / ¡habrá poesía!».

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