Ya puede cuidarse Eddie Vedder. El líder de Pearl Jam representa la última vaca sagrada del grunge a la que han respetado la fama y los excesos derivados de su condición de estrella. Ayer murió Chris Cornell (52 años), líder de dos bandas fundamentales del rock alternativo norteamericano, Soundgarden y Audioslave, y, probablemente, el tercero en discordia en disputarse el trono de Seattle a comienzos de la década de 1990, con el referido Vedder y aquel mártir oficial del movimiento, Kurt Cobain, el último socio del Club de los 27 antes de que Amy Winehouse recogiera el testigo.

Cornell era un gran cantante, un buen músico y un excelente compositor de canciones apocalípticas de guitarra afilada. Su muerte repentina confirma el malditismo del movimiento grunge, aquel género nacido en Seattle a caballo entre el punk y el heavy metal del que Eddie Vedder gobierna ya como único dios de ese Olimpo de chicos y chicas atormentados. El rock and roll no es refugio suficiente para curar el peso agobiante de la celebridad.

La llama del grunge se apagó el 5 de abril de 1994, cuando el cantante de Nirvana decidió esparcir sus sesos en una habitación de su casa de Seattle. Cobain, el breve; Cobain, el triste. De esperarse un poco más, habría asumido que el auténtico genio de Nirvana no era él, sino Dave Grohl. Podría haber compartido la asfixia de la gloria, pero le perdió la impaciencia. Con la consiguiente desaparición de la banda, Pearl Jam y Soundgarden reinaron a la par en Seattle. Su corte era de lujo: Alice in Chains, Stone Temple Pilots, Mudhoney, The Melvins, Mother Love Bond,... la Generación X, la llamaban, la gente nacida en la segunda mitad de los 60. Huérfanos de todo lo que abrazaron en la década anterior, se entregaron al grunge en Estados Unidos y al brit pop en Inglaterra porque parecía novedoso y les recordaba a la música que escuchaban sus hermanos.

Heroína, cocaína, suicidio. Aquella generación sabía tanto gozar como sufrir. De aquel hedonismo al que costó tanto subir y que tan poco duraba, se bajaba muy deprisa. Andrew Wood, vocalista de Malfunkshun y de Mother Love Bond, muerto de sobredosis en 1990; Shanon Hoon, líder de Blind Melon, muerto por sobredosis de cocaína en 1995; Layne Staley, letrista y vocalista de Alice in Chains, cuya vida acabó en 2002 tras una existencia adulta dedicada a una severa adicción a las drogas; Scott Weiland, líder de los Stone Temple Pilots (luego en Velvet Revolver), muerto en 2015 cuando viajaba en autobús de gira por Minnesota; Kristen Pfaff, bajista de Hole (el grupo de Courtney Love, la viuda de Cobain, la viuda de Seattle, la viuda del rock), encontrada muerta en una bañera en junio de 1994 tras inyectarse heroína; Mike Starr (Alice in Chains), hallado sin vida en 2011 en su domicilio de Salt Lake City. Con lo encontrado alrededor del cadáver se podría haber montado una farmacia.

Coincidiendo con la muerte de Scott Weiland, el último en unirse al grupo maldito del grunge, el ahora desaparecido Chris Cornell declaró a un portal de internet acerca de la adicción a las drogas: «Si una persona realmente quiere mejorar, no creo que al final del día cualquier cosa puede detenerlos. Pero si una persona no quiere, no lo hará». Cornell parecía haberse librado de la esclavitud de las drogas, pero nada impidió que el malditismo del grunge acudiera puntual a su cita con uno de sus hijos predilectos.

Eddie Vedder, cuídate mucho.