En la autobiografía de Antonio Muñoz Molina, el escritor se preguntaba cómo era posible el desastre de país en el que vivimos ?un país moralmente subdesarrollado por utilizar la frase que más me gusta del historiador y periodista Gregorio Morán-, cuando generaciones enteras de mujeres y hombres hemos pasado por institutos de enseñanza media, preferentemente públicos, en los que se nos enseñó, además de muy variados conocimientos, valores, actitudes y modales, gracias a un profesorado de ejemplar comportamiento en muchísimos casos. Uno de esos buenos ejemplos es el de Mari Paz Hernández Egido, una excelente profesora de inglés, pero también una activista social y cultural desde que llegó a Elche, en una Nit de l'Albà del año 1963, recién casada con el abogado Andrés Sempere. Unos cuantos millares de ilicitanos coincidiremos en el placer que significó tener a Mari Paz como nuestra profesora de inglés (que muchos años después hablemos inglés con un nivel cercano al de Mariano Rajoy es otra cuestión).

Que además Mari Paz es una activista social y cultural desde tiempo inmemorial lo corroboró la policía gubernativa del franquismo ?nuestra Stasi- al poco de llegar la profesora a Elche. Su primer trabajo docente fue en las Jesuitinas y algo debió decir sobre la crisis de los misiles que algún padre avisó a la policía ?menos mal que en aquellos tiempos no había grupos de whatsapp de papás y mamás, que hoy constituyen una amenaza para la paz entre los pueblos- y Mari Paz acabó en Comisaría para explicar el contenido de sus clases, lo que por otra parte demuestra el sano interés policial en aquellos momentos por la pedagogía y por lo que hoy llamamos contenidos curriculares. El policía de turno sabía que Mari Paz había viajado por Alemania y por Inglaterra ?algo natural para una estudiante de Filología-, pero aquel sabueso debió entender que podía tratarse de una nueva Mata Hari, capaz de alterar el equilibrio entre las potencias en aquel contexto de Guerra Fría y contubernios judeo-masónico-comunistas. La cosa no pasó de ahí, pero no está de más recordar antecedentes policiales que hoy consideramos muy honrosos.

Nunca se me olvidará que pocos días después de jubilarse como profesora del Instituto de La Asunción, su instituto durante más de tres décadas, la pude ver con un bata blanca en el Hospital General como voluntaria de la Asociación de Lucha contra el Cáncer, enfermedad que conoció muy de cerca al haberla padecido su marido. Me imaginé entonces el lujo que para cualquier persona enferma de cáncer significaría encontrarse con una mujer con la que conversar sobre literatura española, inglesa, norteamericana? Descubrí entonces que no sólo había sido una profesora ejemplar. Más bien un monumento como ser humano y un orgullo para todos aquellos que tuvimos la suerte de ser sus discípulos. Se merece, pues, todo nuestro reconocimiento e incluso una bellísima canción de Bob Dylan, el último premio Nobel de Literatura: Just like a woman.