Yo diría que Ángel Herrero Blanco, como Lorenzo Hervás, no ha sido leído aún en profundidad. Y, sin embargo, creo que puede afirmarse que el profesor Herrero, nacido en Madrid, en 1951 y fallecido hoy en Alicante, ha sido el lingüista español más importante en el campo de lo que hoy llamamos la lingüística aplicada a las lenguas de signos. A veces, con las personas eminentes sucede eso, sobre todo cuando están próximas. Yo soy de Vigo, y les aseguro que conozco más y mejor los monumentos de París o Florencia, que los de mi ciudad. Sea como sea, él es uno de los principales responsables de esta naciente tradición, igual que lo fue Hervás en su campo de las lenguas y naciones conocidas.

Con sus trabajos académicos sobre la Escuela española de sordo mudos y sobre Francisco Fernández Villabrille demostró igualmente que la LSE es una lengua histórica, una lengua que ha evolucionado como otras lenguas, algo extraordinariamente importante para acercarnos a su empeño en explicar algo que resulta a veces tan complicado de entender: que se trata de una lengua absolutamente congruente con las lenguas orales conocidas; ni más perfecta ni menos perfecta, absolutamente congruente con ellas. Desarrolló un sistema de escritura alfabético de las lenguas de signos, aplicable a cualquiera de ellas, fundamentado en la descripción fonológica del signo. Un sistema que se está enseñando y aprendiendo con extraordinaria facilidad en comunidades de sordos; puedo asegurar haber presenciado atónito el despertar de la conciencia fonológica de muchos sordos adultos. Escribió dos trabajos gramaticales, uno descriptivo y otro contrastivo, sobre la lengua de signos española, publicaciones de hace más de diez años que siguen siendo principales referentes para quienes se acercan a esta lengua.

Su extraordinario interés por la poesía, la música y la danza le venía de mucho antes, y así lo plasmó en sus publicaciones sobre el ritmo: El decir numeroso y varios artículos sobre los tiempos ocultos del ritmo. Seguramente por eso, dedicó sus últimos años académicos a lo que poesía adaptada a la LSE le había enseñado: la poética de la danza verbal, tarea que culminó con la publicación Ver la poesía, que recoge con elegancia literaria y fino criterio académico el trabajo iniciado con las versiones de poemas en español traducidas a la lengua de signos española y publicadas en la Biblioteca de Signos de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, dirigida por el propio Ángel durante más de siete años. Dijo en una ocasión que buscaba la poeticidad y no una traducción literal de los textos y ahí radica el éxito de estas versiones entre sordos y no sordos. Una tarea radiante, con la que ha quedado constatado que la poesía en LSE contribuye de forma inesperada y maravillosa a la comprensión del texto a través de la belleza de la signación, similar a una danza, y de la expresión del signante, similar a la de un actor. Es esta suma de dimensiones expresivas lo que da a la poesía signada un valor epistemológico para la comprensión de La Poesía en general y lo que le permití hablar de lenguas de signos como lenguas de cultura.

Tras ocho años dedicados voluntariamente al campo de las lenguas de signos, siempre con el respaldo de toda la Comunidad Sorda, decidió apearse en el año de 2008, para regresar al lugar de la poesía, junto al deseo de escribirla que nunca había abandonado. Aparecieron pues, casi naturalmente, tras Adamor, Una voz como Lázaro, Teorías y Viajes y Servicio de Escritura.

El mundo de las artes y las ciencias ha perdido a un orador de esos que provocan encendimiento, turbación y ardor con su «voz transparente como juncos del río». Ángel ilustraba en sus discursos y levantaba las ansias de conocimiento de quienes lo escuchaban, incluso las de aquellos que no tienen audición.

Hoy nos has dejado sin palabras. Todos nos quedaremos sin palabras.