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Joaquín Rábago

Nacionalismo versus cosmopolitismo

Al final, la segunda vuelta de las presidenciales francesas pareció reducirse a un combate entre nacionalismo y cosmopolitismo, falsa disyuntiva que sirvió para ocultar los verdaderos problemas sociales y económicos del país.

Quienes combatieron con su voto a la líder del Frente Nacional, la ultraderechista Marine Le Pen, lo hicieron como parte de una especie de frente antirracista. Y ¿qué demócrata podía no sumarse a esa lucha?

De ahí que fuese casi unánime la condena sin matices por parte de los comentaristas tanto franceses como europeos en general de quienes como el líder de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, y sus partidarios se negaron a aceptar esas reglas del juego.

Y se negaron por haber llegado a la conclusión de que el fenómeno Le Pen sólo se explica por la existencia de un amplio sector del electorado que se siente huérfano de unos políticos de distinto signo que han hecho caso omiso durante demasiado tiempo de sus preocupaciones.

Un electorado que, como sucedió en Estados Unidos con Donald Trump, se echa en brazos de quienes ofrecen fáciles, aunque siempre falsas soluciones a los problemas ciertamente complejos de su vida cotidiana.

Como escribe el periodista alemán Jakob Augstein, qué desgracia la de "una democracia que sólo permite elegir entre neoliberalismo y racismo".

Primero se crean las condiciones que permiten el avance de un partido nacionalista de ultraderecha como el de Marine Le Pen y luego se condena a la izquierda que se niega a votar a uno de los que considera responsables de tal estado de cosas.

Emmanuel Macron, el ex banquero de Rothschild y ex ministro de Economía del presidente François Hollande, es lo que se llama un "reformista" y un "modernizador", y la izquierda que no le ha votado sabe muy bien por experiencia propia lo que esas palabras significan.

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