Cuando nos encontramos nos miramos siempre para ver si ya, de principio, hay empatía. Sabemos que todos los que estamos allí somos vendedores, pagamos impuestos, muchos, y venimos llorados de casa. Me gustan muchas, como las de Aurora, Sandra, Fernando, Alberto, Diana, Alicia, Javier, Erika, Begoña, Mario, Pedro, Santi, Gerardo, Paco, Elisa, Juan, Maria, Yolanda, Magdalena, Alejandro, Carlos, Antonio, Arturo, Bea, Belén, Cesar, Enrique, Cristina, David, Irene, Jesus, Jorge, Jose, Luis, Manolo, Marcelo, y tantos otros.

Sabemos que los hay grandes y pequeños, hechos a sí mismos, continuadores de sagas familiares, recién llegados, conocidos, anónimos y medio pensionistas.

También como, nosotros mismos, no tienen horas, ni fiestas para ellos. Tienen como oasis las fiestas locales porque pueden ir a otros sitios donde el trabajo diario no les deja. Sabemos que cada empleado es una apuesta y un problema, pero también que sin ellos no podríamos gestionar lo que generamos. Nos casamos con ellos, por virtud de la autoridad del Estatuto de los Trabajadores y aceptamos las reglas del juego. Nos acordamos de espíritus y ancestros cuando se van de baja tres meses porque les duele la espalda y nos alegramos de las bajas de maternidad/paternidad y lactancia como si los vástagos fueran nuestros. Pero vemos tan a menudo como actúa Atès, diosa de la discordia, que se pasa la vida sembrando la estupidez entre los mortales proporcionando a los humanos estupendas excusas para justificar su necedad, que relativizamos todo y nos hacemos más cautos y reservados, a veces se confunde con egoísmo y prepotencia lo que es solo prudencia.

Nos tenemos que llevar bien con todo el mundo, ya que cada enemigo es un muerto difamador en nuestro propio armario. Hay que ser discreto si te va mal y más todavía si te va bien. Tienes la certeza de que ningún trabajo será fácil, de que nada te lo regalan y miras con incredulidad cómo se escaquea de trabajar tanta gente y no te terminas de creer que haya paro.

Entiendes que todos los líos y laberintos que se te plantean los tienes que superar siendo inasequible al desaliento. Sabes que es mejor empeñarte en ser feliz, en tener cada mañana motivos para, como Atlas, llevar la pesada carga de tu mundo, de tu empresa a tus espaldas. Si algo falla en tu armonía personal o mental mejor te recuperas rapidito y te adaptas o te vas a Australia. Si te dejan alguna deuda tienes claro que, en lugar del juzgado, tienes que ir a la calle a vender y recuperarte lo antes posible por tus propios medios.

En fin, somos los empresarios. No todo es malo, pero todo lo malo es real. Tienen sus cosas buenas. Por ejemplo? Ahora no se me ocurre nada. Y entonces, ¿por qué lo hicimos, por qué elegimos ser empresarios?, ¿por qué nadie nos contrató? Sé que lo importante es tener estrategia, eso es tener en marcha procesos que mantengan el equilibrio entre los fines, los métodos y los medios para alcanzar los objetivos. En esto nos empeñamos. En fin, me voy a trabajar. En positivo.