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Luces y sombras femeninas

Cuando Theresa May sucedió a Cameron en el gobierno británico celebramos la coincidencia de tres mujeres en el primer plano de la polìtica global: además de ella, Merkel en la cancillería alemana y Clinton en la candidatura del Partido Demòcrata a la presidencia de EE.UU. Esta última quedó temporalmente fuera de juego pese a tener la mayorìa del voto popular; Merkel sigue en su cargo con razonables perspectivas de continuidad; y May nos lleva de decepción en decepción. El evidente liderazgo de la alemana en la Uniòn Europea ha evolucionado desde el rechazo de su rigidez en los recortes impuestos a los paises del sur -que a punto estuvo de quebrar el proyecto de la UE- a la percepción de su necesidad, difícilmente reemplazable para quienes creemos en el ideal comunitario.

Las mujeres siguen siendo tres, con la impresentable Marine Le Pen ocupando en el terceto femenino la baja de Clinton. Es un grave retroceso, y más que grave si se evalúa que en el lugar de la americana está Donald Trump. Por su parte, la señora May presenta el cuadro clínico del converso. De militar en el bando europeista de los conservadores ha pasado al cumplimiento casi fanático del referendum para el desenganche, sin considerar siquiera las posibilidades legales de una nueva consulta por la permanencia. Pero su fervor se ha estrellado en la firmeza de Merkel, respaldada por todos los dirigentes comunitarios y la unanimidad de los paises miembros. Es vital el blindaje de las condiciones de negociación, que rehusan el trato simultáneo de los derechos europeos y de las ventajas británicas, excluyendo así el chalaneo del "yo te doy si me das". Tan solo la deuda económica a la UE,, que May descarta por la cara, ha sido calculada en cien mil millones de euros por el Financial Times, respetado arúspice de las finanzas británicas e internacionales.

El punto más sensible tras la efectividad del desenganche será el estatus de los ciudadanos comunitarios en el territorio de la May y el de los ingleses en la UE. Tolerancia cero de cualquier cambio es lo que reclama Bruselas como respuesta a una de las pretensiones del referendum ganado por un indeseable como Nigel Farrage, un frívolo como Boris Johnson y sus seguidores. Y si, a consecuencia de ello, quedan en la cuerda floja Irlanda del Norte, Escocia y Gibraltar (tres territorios que preferiríán seguir en Europa), la culpa sería de la premier y de la mayoría parlamentaria que la sostiene, por mucho que ella se queje de la "injerencia" de la UE en las elecciones generales que ha precipitado para el pròximo junio. La presunta injerencia es en este caso oponer la verdad a la posverdad de un intempestivo reflejo imperial.

En cuanto a Marine Le Pen, poco hay que añadir a las evidencias de su doctrina antieuropea y neofacha. Quienes la votan verán en la crudeza del desenganche británico lo que sigifica salir de Europa después de haberla fundado.

Hay otras mujeres al frente de los centros de poder real: Janet Yellen en la Reserva Federal USA, Christine Lagarde en el Fondo Monetario Inernacional, Michele Bachelet en la presidencia de Chile... pero han de ser muchas más, con el mismo derecho que los hombres a acertar o equivocarse. Nadie es perfecto.

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