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Engaño político

El sistema estadounidense es admirable. Sin rebuscar mucho por internet, es posible encontrar diversos trabajos periodísticos que describen y analizan las mentiras que el ahora presidente Trump profirió siendo candidato. Sencillamente, comparan lo que dijo o prometió con lo que después ha hecho o dicho. Espectacular. Eso aquí no pasa. A lo más que se llega es a poner, en un lado, la soflama pública de un político contra la Coca-Cola y, por otro, su consumo privado de dos botellines de la susodicha bebida azucarada y que no acarrea excesivos impuestos aunque engorde. O a las recientes mentiras de Aznar.

Aquí pocos recuerdan lo que se dijo o prometió en campaña ni, mucho menos, se toman la molestia de comparar aquello con lo que después hicieron los que tales cosas habían dicho o prometido. Pero es que el sistema español es algo diferente y no es cuestión de menor memoria o mayor pereza investigadora, aunque algo hay de eso. Es que en el sistema estadounidense es fácil comparar promesas y actos ya que se trata de un solo presidente que mintió o está mintiendo más o menos. Aquí, en cambio, se puede prometer casi todo en campaña porque luego, como el gobierno será resultado de acuerdos, pactos, alianzas o tránsfugas, siempre habrán tenido todos que transigir en aras de la gobernabilidad y olvidar este o aquel detalle de lo que dijeron en campaña porque sus aliados así se lo exigen. Aliados que, a su vez, habrán tenido que recortar, reducir o cambiar más de una promesa electoral o electorera. Prometer, en sistemas pluripartidistas con probabilidad de alianzas de gobierno, es gratis.

Encima está la partidocracia, asunto que también genera desavenencias incluso dentro de los partidos. Véase, si no, cómo se han planteado las primarias del Partido Socialista y trasládese al gobierno central y a sus diferentes escalas hasta llegar al ayuntamiento. Por un lado, en esas primarias, estaban los que apelaban a los militantes, fuente última de legitimidad en una votación como los electores lo son en las elecciones generales. Pero, por otro, los que consideraban que los asuntos políticos son demasiado complicados para que los entienda cualquiera y reducen la decisión a los iniciados, al aparato, a los expertos. Cierto que los primeros pueden caer en la inoperancia del asambleísmo perpetuo y universal (cosa que el ex-asambleario Podemos ya ha corregido) y que los segundos puede ser ejemplo del viejo despotismo ilustrado de «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». No es fácil. Pero mejor reconocer las dificultades que meterse al papel de mentiroso. Democracia representativa que, muchas veces, se traduce en un cheque en blanco para los electos.

Y es que al doblete suerte y capacidad que necesita todo político, por lo visto hay que incluir la mentira, cosa que, con Sun Tzu, también reconocía Maquiavelo. Mentira que profiere el candidato a puesto único como es el presidente de los Estados Unidos o el candidato que sabe que tendrá que pactar, le guste o no. Pero, de nuevo el engaño, difícilmente reconocerá en campaña electoral que va a tener que aliarse con otros. En un acto electoral de las varias elecciones del año pasado, se me ocurrió preguntar a quienes representaban a un determinado partido qué tipo de coalición pensaban para el futuro. Respuesta estándar: «vamos a ganar y a eso dedicamos todo nuestro esfuerzo; no nos planteamos la cuestión de las coaliciones posibles». Así nos fue y así nos está yendo.

Porque desde esa perspectiva, los gobiernos de coalición (tri-, cuadri-, penta-partitas) pueden estar formados por personas que creen responder a la lógica del presidente de los Estados Unidos. Pero es que, si bien este puede permitirse contemplar a su propio ego desde el último piso de uno de sus rascacielos, los representantes de los partidos coaligados (o que dan su voto sin formar parte del gobierno) están en la medida en que se envainan sus mentiras electorales y las sustituyen por otras nuevas, fruto de la negociación y del acuerdo. Cosa complicada debe de ser el gestionar egos presidenciales en contextos multipartidistas, aunque me consta que hay quien sabe hacerlo, pero no son noticia por ello. La noticia es el «trumpismo» en las coaliciones cuyos miembros ya están pensando en el futuro. Pero no en el futuro de su pueblo, provincia, región o reino, sino en el propio dentro de su partido y el de su partido en las siguientes elecciones, que es el marco temporal de más de un político en funciones de tal.

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