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Estaba cantado que el día de Santa Faz tendríamos macrobotellón en la playa, como en años anteriores. Salvo la lluvia, poca sorpresa cabía esperar. Se daba por descontado que volvería a suceder, pero nada se ha hecho para tratar de impedirlo. Y el tema tiene solución, en este caso y en cualquier otro botellón. No lo duden. Otra cosa es que existan ganas por solventar el problema. Duele aceptarlo, pero el abuso de alcohol entre los menores es, por el momento, una batalla perdida. Ni padres, ni responsables públicos, ni la sociedad alicantina en su conjunto, le conceden el interés que merece. Así que, mientras dispongamos de los mismos mimbres, olvídense de hacer un cesto en condiciones.

Reconozco que, por reiterativo, no tenía intención alguna de escribir sobre el asunto de marras. Sin embargo, hay cuestiones ante las que uno está obligado a dar la cara y no dejar pasar la oportunidad. De otro modo, el silencio nos acaba convirtiendo en cómplices. Y por ahí no paso.

Es evidente que importa un huevo que el 70% de los menores de 18 años consuman bebidas alcohólicas con cierta regularidad. O que uno de cada cuatro se haya emborrachado en los últimos 30 días. Acordarse de Santa Bárbara cuando truena y poco más. Me niego a aceptar el discurso facilón de que esto ya pasaba hace décadas. A mí no me lo cuenten ¡leches! que no fui precisamente un mojigato. Casos habían, por supuesto, pero nada que ver con la intensidad actual ¡Que les hablo de la cuarta parte de los chavales! Ya ven, no se trata de ninguna tontería.

Les digo que hay soluciones. Bastaría con actuar con anticipación, aplicando la ley y rigiéndose por la lógica. Puede que no exista un remedio mágico aunque, en el peor de los casos, la situación mejoraría considerablemente. Vaya por delante que los menores tienen una responsabilidad relativamente limitada. Si bien es cierto que no son unos santos, tampoco es justo ?ni efectivo, por supuesto? centralizar las críticas en ellos. Por supuesto que son conscientes de los riesgos, las molestias y los incumplimientos legales que cometen. Ahora bien, cualquiera haría lo mismo si observara la permisividad y accesibilidad, tan extremas, que nos caracteriza respecto al consumo de alcohol. En esto no me negarán que hemos ido a peor, porque la evidencia es clamorosa.

El papel de cada uno en el tema que nos ocupa ?tanto para promoverlo como para prevenirlo? está claramente definido. El inconveniente, como de costumbre, es la pasividad. Los padres de las criaturas, ni saben ni contestan. Es evidente que, en la mayoría de las ocasiones, uno no puede predecir si sus hijos acabarán bebiendo o no. Cuando menos de partida, no hay nada criticable en ello. Otra cosa bien distinta es la actitud condescendiente ante la embriaguez de los menores, respuesta demasiado habitual cuando los chavales llegan a casa con mayor o menor melopea. Ya saben: «ojos que no ven, corazón que no siente». Aún podría ser peor, que siempre hay algún descerebrado que acaba jaleando la borrachera de sus hijos.

La conducta permisiva es también compartida por aquellos que debieran poner límites a tanto desmadre. Quien haya convertido a los policías en simple comparsa del espectáculo, merece una reprimenda. Si mal está el panorama, tanto peor será cuando la autoridad se convierte en testigo mudo ?cuando no cómplice obligado? del problema. Hubiera bastado comprobar la edad de los chavales y, en su caso, requisar las bebidas. ¿Qué esto es imposible cuando hay miles? Pues claro. La cuestión estriba en actuar antes y evitar la multitud, y no en justificarse en la imposibilidad de actuar cuando el lío ya está montado. Si es posible controlar a dos hinchadas enfrentadas en cualquier evento deportivo ¿tan difícil es prevenir un botellón?

Y, ya puestos, tampoco estaría de más una llamadita a papá y a mamá, para que vayan siendo conscientes de los líos en que anda metiéndose su criatura ¿Ridículo? Pues miren, si no empezamos por aplicar los medios que ofrecen las leyes, ya me dirán ustedes qué diablos vamos a hacer. Cualquier cosa antes que ser convidados de piedra. Vergonzoso.

Tienen razón ?mucha razón? quienes recuerdan que el consumo de alcohol en menores debe ser abordado desde las medidas preventivas ¡Por supuesto! Ahora bien, sería de agradecer menos palabrerío y más acción. El año pasado ?y el otro, y el otro?? escuché el mismo discurso, pero la realidad es que la prevención hace años que brilla por su ausencia. Los botellones, como situación de alto riesgo para el consumo abusivo de alcohol, precisan de una política municipal de prevención que ya no existe en Alicante ¿Qué fue del Plan Municipal de Drogodependencias? Lo que han dejado es miseria, que uno sabe de qué diablos habla. Si no se trabaja durante todo el año, difícil será obtener resultados en un día determinado. Y lo mismo dará que se trate de Santa Faz o de un fin de semana cualquiera. Tal vez, si se atendiera el asunto con el mismo cariño que se le ha prestado a palomas o canes, la realidad sería bien distinta.

Viéndolo en perspectiva, la cuestión va mucho más allá del riesgo para la salud, las molestias vecinales o el coste económico que nos genera esta gracia. Fíjense que ya son aspectos de enorme trascendencia ?salud, convivencia y gasto público? pero hay mucho más acompañando a ese «jueves de moña», como ya se le ha bautizado muy oportunamente en Twitter. A la vista de cuanto sucedió este jueves, explíquenme cómo diablos pretenden convencer a los adolescentes alicantinos de que las leyes deben ser respetadas. Misión tan difícil como la de justificar la pasividad de esos policías que deberían estar defendiendo la integridad de los menores y, por supuesto, el cumplimiento de las normas. O la de conocer a los responsables últimos del desaguisado porque, si algo suele echarse en falta en estos casos, es el valor para asumir las consecuencias de los errores.

Me pregunto dónde queda la defensa del menor, el respeto a las leyes y, por supuesto, el ejercicio de la autoridad. Insisto en que doy por perdida la batalla del alcohol, pero me niego a que la derrota sea aún mayor.

En fin, un año más.

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