Sálvame, y no deluxe precisamente. Sálvanos, amada Francia, del populismo barato que impregna una Europa cansada. Enferma pero con capacidad de recuperación. Enseña al mundo, querida Francia, que queremos una democracia más sana, más solidaria, más fraternal, pero que no queremos unas recetas facilonas de productos racistas. Que nos repugnan las propuestas antieuropeas que solo buscan el aislamiento, la autarquía y la sinrazón.

Europa tiene solución y empieza en Francia, y continuará en Alemania. Frente a todos esos agoreros que quieren acabar con siglos de avance en nuestra civilización, no podemos permitir ni un paso atrás. El populismo, junto al terrorismo, son las dos grandes pandemias de esta Europa abierta y tolerante. Las democracias tienen dificultades en defenderse contra los que quieren acabar con ellas. Pero lo consiguen a través de una herramienta liberadora: la educación.

Efectivamente. Las sociedades totalitarias y con falta de libertad utilizan la educación para maniobrar y controlar al individuo. En las sociedades avanzadas democráticas es precisamente la educación la que pone en valor el papel del individuo que lo hace libre y crítico contra el Estado cuando quiere convertirlo en un mero instrumento, o número, de un rebaño. Es la libertad individual, y colectiva, ganada a través de muchos siglos la que genera ese espacio de libertad que hace respirable nuestra sociedad.

Es verdad, que la democracia necesita continuamente ajustes. Como toda maquinaria social. Es verdad que en tiempos de crisis económica se cuestionan algunos parámetros de convivencia y legislativos desde paradigmas muy simplistas. Y esa simpleza radica en convencer a mucha gente de que las soluciones anti Europa y sencillas son viables para problemas muy complejos. Y en ese batiburrillo de recogida de votos facilones radica parte del éxito de la personaje Le Pen.

Toda esa basura vomitada por esa señora es la constatación de que cuando el pueblo está jodido la capacidad de engaño colectivo es mayor. Lo fue en la Alemania nazi, lo fue en la comunista Rusia. Siempre hay un enemigo contra el que luchar. Siempre hay un eslogan facilón al que engancharse que convertirá todas las miserias en bondades. Y cuando el gentío está reventado, esos mensajes enchufan un halo de optimismo sin remedio. A la dinámica de cambiar Europa para mejor, no se pueden anteponer el sacrificar todos y cada uno de los derechos fundamentales, individuales y colectivos, que han ganado nuestros antepasados para nosotros.

Europa se empieza a despertar por Francia. Da lo mismo que sea Macron o La Pantera Rosa. Lo importante es que alguien de «los nuestros» quiere poner en valor todo aquello que hace que Europa sea el mejor continente del mundo para vivir. El continente donde se siguen avanzando en derechos y obligaciones para envidia de países donde los derechos humanos, los derechos de las mujeres, los derechos de los niños son pura quimera.

Usted, querido lector, es responsable de mejorar nuestra democracia. Claro que se puede hacer. Claro que es difícil, pero las fórmulas mágicas solo son buenas para los trucos de magia de trileros de playa. Yo no tengo fórmulas de crece pelo barato. Pero sí que tengo claro que quiero que la Europa que he heredado con conquistas sociales, económicas y de libertades no sea menoscabada por una oleada de prohibiciones y de estatalismo baratero. No quiero una estructura mental, ni de estado, que me diga que lo mejor contra la crisis es no dejar entrar a nadie. No quiero recortar derechos, tampoco obligaciones, mientras no exploramos la grandeza de que con una mejor economía más solidaria, todos viviremos mejor. Claro que quiero que se ponga en valor a los millones de pequeños empresarios que hacen libres a muchas personas con su trabajo y son respetuosos con el ser humano.

Y si para eso tenemos que elegir, votemos bien. Votar populismos de extrema derecha o de extrema izquierda solo trae la mayor de las miserias. Ya está ensayado en Europa con los resultados que todos conocemos. Si alguno quiere probar lo de las cartillas de racionamiento, las cárceles para los que no piensan acorde al régimen, las persecuciones por motivos religiosos y la libertad personal aniquilada, que lo haga fuera de Europa. Y déjenos la Europa de la civilización occidental con sus fallos y aciertos, que nosotros la mejoraremos. Ya lo hicimos. En Francia empezó todo, y volverá a ser así.