Declaró un día Pablo Iglesias que él está de paso en la política y que en algún momento puede volver a la Universidad. Es una opción, pero tiene otras salidas, dadas sus innegables cualidades profesionales. Por ejemplo, podría tener éxito como programador de eventos y espectáculos por su gran capacidad para sorprender con iniciativas nuevas y crear impactos mediáticos. Desde que entró en el hemiciclo aquello se parece más a un plató de televisión que antes. Siempre lo fue, cierto, y en la tribuna se hablaba en realidad más para las cámaras que para la Cámara. Pero con Iglesias y su compañía de espectáculos llegaron otros géneros, y no solo el informativo, a los que pertenecen momentos estelares como el beso en la boca con Xavier Domenech, la rueda de prensa sentado en el suelo de las Cortes (con los periodistas acompañándolo como en una excursión de colegio) o algunas intervenciones suyas dignas del Club de la Comedia, como aquella en la que sugería un romance entre la diputada popular Andrea Levy y un parlamentario podemita.

Los últimos estrenos han correspondido al «tramabus» y a la moción de censura a Rajoy (sin candidato alternativo) cuando solo se puede presentar si existe un nombre propio asociado a la iniciativa. O sea, en la práctica, nada. Para Albert Rivera, el contenido político de las iniciativas de Podemos se ha debilitado mucho desde que Iñigo Errejón ha sido apartado del núcleo dirigente ?hasta de las tertulias? y desde que Carolina Bescansa dio un paso atrás porque no aceptaba el divorcio entre los dos dirigentes. Menos contenido político y más espuma: la necesidad de crear siempre noticia ?con gran habilidad, desde luego? con asuntos de escaso recorrido, en opinión de sus críticos, aunque ocupen espacio mediático.

En opinión de Ivan Redondo, analista político, la diferencia fundamental entre los líderes nuevos es que «Albert Rivera juega a largo plazo y Pablo Iglesias a corto, y de ahí esa necesidad permanente de sorprender y sobreactuar».

La moción de censura, anunciada sin consultar a otros partidos como posibles aliados imprescindibles, ha cosechado de momento silencio por respuesta y algunas negativas a escuchar sus razonamientos, como ha dicho en una nota Jueces para la Democracia. Los sindicatos la han visto con recelo, el PP con desprecio y los socialistas con indignación porque les llega en el peor momento, a tres semanas de sus primarias. Para dar nombres están. Por eso Iglesias ahora ofrece que el candidato a la presidencia sea un socialista cuando él mismo se encargó de abortar la posibilidad de que Pedro Sánchez, que ya tenía el apoyo firmado de Ciudadanos, llegara a la presidencia. Iglesias facilitó así la repetición de elecciones y la vuelta de Rajoy, para desencanto de muchos intelectuales que simpatizaban con su formación. No tendrá credibilidad la propuesta pero, de nuevo, ocupa espacio mediático y ofrece espectáculo.

El problema de fondo es que si cualquier ocurrencia, parlamentaria o no, tiene cabida y algún eco, es porque de nuevo la corrupción hastía a los ciudadanos y ya es el tercer elemento de preocupación, según el CIS. Lo de Ignacio González, más familiares, testaferros y socios, que se ha llevado por delante a Esperanza Aguirre, resulta ya insoportable. Que el responsable en su día de Organización del PP, Carlos Floriano, reconozca que sabía que Ignacio González tenía una cuenta en Suiza pero no lo denunció, ni siquiera internamente, subleva. Que el presidente del partido, Mariano Rajoy, se limite a una declaración del tipo de «ya escampará», genera impotencia.

¿Estamos condenados a vivir con el estallido intermitente de casos de corrupción en la política?

¿Hasta cuando se castigará la Marca España en el exterior con el sambenito de las corruptelas toleradas, o simplemente no combatidas, desde el poder político? Mientras haya corrupción, aunque se juzguen ahora casos de hace una década, habrá degradación democrática y espectáculo político inofensivo. Los problemas de fondo, quedan para otro día.