El alcohol se asocia en la sociedad actual con la diversión, con lo bueno de la vida. Muchos de los jóvenes que ayer se emborrachaban en el macro botellón de la Playa de San Juan ignoran que esa diversión se convertirá a medio plazo para ellos en una dependencia, de la que no podrán librarse con facilidad. Que puede que llegue incluso a arruinar su relación de pareja, su trabajo y su vida en general. Porque, no nos engañemos, los borrachos son desagradables para los que están a su alrededor y no han bebido a su mismo ritmo, pero a los alcohólicos no los quiere nadie.

Esta misma semana una amiga me contaba, desalentada, que ya no puede más con su marido, alcohólico de los de botella de vino diaria. Cuando bebe, el marido se envalentona y la insulta, día sí y día también. E incluso ha llegado a levantarle la mano en alguna ocasión, motivo por el que mi amiga ha decidido romper la relación de más de veinticinco años juntos. Al cabo del tiempo, a una persona así no hay quien la aguante, ni amor que resista el ambiente degradado que genera.

Por esto, porque sé cómo acaban las historias relacionadas con el alcohol, me dan pena las vomitonas, los tatuajes de penes en quinceañeras que se lo quieren saltar todo de golpe, los meados en las urbanizaciones de la playa, las borracheras de miles de menores desaforados por alcanzar algo que ni ellos mismos saben bien lo que es. Ya hace años Mecano cantaba eso de «sabes que nunca has ido a Venus en un barco». El alcohol tiene los mismos efectos que las drogas, nos atonta y en el caso de los jóvenes más aún, dado que su cerebro está en formación. Cada borrachera nos idiotiza un poco, razón más que suficiente para consumirlo con moderación.

Claro está que en todo este lío del alcoholismo juvenil muchos tienen, tenemos la culpa. Los padres, los colegios y el Ayuntamiento, que manda un número ridículo de efectivos para contener a las hordas de miles de personas, si es que éste fue realmente su propósito. Por supuesto, pedir los DNI, requisar el alcohol de los menores y llamar a sus padres sería una medida impopular, supongo que sería por esto y no por desidia que la policía local no tenía instrucciones en este sentido, sino que sólo estaba ahí de mirona. Los padres al parecer hemos perdido la autoridad y sólo contemplamos cómo nuestros hijos menores hacen literalmente lo que les da la gana, sin ser capaces de marcarles una pauta que les haga ser conscientes de que con quince años no se pueden beber media botella de vodka a palo seco. Porque, entre otras cosas, es tenerse por muy poco.