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Daniel Capó

Paso del ecuador

Nos acercamos al paso del ecuador de este año y España sigue sin presupuestos ni líder socialista. No es un territorio desconocido para Mariano Rajoy, a pesar de que la parálisis tiene sus costes ineludibles. Las indecisiones y suspicacias que enfrentan a los dirigentes nacionalistas catalanes están corroyendo el procés por dentro, aunque seguramente se trata tan sólo de una calma temporal. Convertido ya a ojos de Angela Merkel en figura clave de la estabilidad europea, la principal preocupación de Rajoy no puede ser otra que la metástasis de la corrupción en su partido, que ha vivido otra semana de pánico desde el doble epicentro de la crisis madrileña: la detención del expresidente popular de Madrid Ignacio González y el procesamiento por la Fiscalía de la delegada del Gobierno, Concepción Dancausa.

En un hecho sin precedentes en la historia de la democracia española, el presidente de Gobierno ha sido llamado a declarar presencialmente en el juicio oral de la primera causa del caso Gürtel. Y la lógica dimisión de Esperanza Aguirre ha terminado por dinamitar la aparente tranquilidad de un partido que navegaba en la comodidad de los últimos meses, impulsado por la recuperación económica. Veremos si el nuevo tsunami se lleva por delante a Rajoy -como auguran algunos- o si, una vez más, logra resistir. La experiencia nos enseña que difícilmente se le puede dar por muerto ni por finiquitado. El galope de la corrupción, unido al descabezamiento del PSOE y la bisoñez de Cs, alimenta otra vez el discurso alborotador de Podemos.

La ausencia de presupuestos o de los necesarios interlocutores, la imposibilidad de pactar políticas o la inexistencia de un programa que vaya más allá de la mera administración del momento económico benefician cualquier tipo de campaña que desacredite el sistema y abone su deslegitimación. La cuestión inmediata, de todos modos, es saber si el desprestigio de la vida pública puede ir más lejos o no. Y, en todo caso, qué consecuencias electorales puede tener. Cabe sospechar que, llegados a este punto, ya relativamente pocas. El bipartidismo se ha roto, la desconfianza hacia los partidos forma parte de la nueva normalidad y, en definitiva, el daño ha sido hecho. Ahora, a no ser que el sistema entre en descomposición -algo que no resulta previsible si tenemos en cuenta el correcto funcionamiento de las instituciones españolas- la sensación es que vuelve a primar el dictado de la economía.

El drama del país es la ausencia de un proyecto más allá de ir tirando, a la espera de que el tiempo, el azar o Europa solucionen nuestros males. Hay más empleo, pero de pésima calidad. Se vuelve a construir vivienda, pero el precio de los alquileres en muchas zonas de España amenaza con regresar al perímetro de la burbuja. Las instituciones funcionan de forma razonable, pero el goteo incesante de casos de corrupción agita continuamente las aguas del malestar social. El drama es la ausencia de proyectos, que se asocia a un vacío de ideas.

Con la mera administración se gana tiempo, aunque también se magnifican dinámicas perniciosas o sencillamente se evita encarar determinados problemas que pueden convertirse en acuciantes si no se actúa con celeridad. De fondo, el tema catalán que obligará a un entendimiento después del verano. Ha llegado la primavera y se acerca el ecuador del año, sin que el tiempo se haya despejado del todo. Con el cambio climático, las gotas frías aparecen en el momento más inesperado.

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