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Joaquín Rábago

La monserga del "no hay alternativa"

No hay cosa más tramposo en el discurso neoliberal que eso de que "no hay alternativa". Y lo peor es que muchos han terminado creyéndoselo.

El mercado no nos gobierna hoy sólo mediante leyes hechas a su imagen y semejanza, sino regulando al mismo tiempo lo que cabe decir y aun pensar.

El neoliberalismo que nos envuelve ya no tiene que recurrir a la fuerza bruta, sino que se basa en reglas invisibles que afectan lo mismo a los hábitos que al lenguaje.

Se habla, por ejemplo, de la "intranquilidad" de los mercados cada vez que algún político, como ha ocurrido en Francia con Jean-Luc Mélenchon, pone en cuestión el orden establecido.

A nadie se le ocurre, sin embargo, hablar de la intranquilidad del ciudadano por lo que sucede a su alrededor. Damos por supuesto que los únicos que tienen motivo para preocuparse son aquéllos.

El discurso neoliberal lo permea todo hasta el punto de convertirse en la nueva doxa, en ese "sentido común" del que tanto alardea nuestro Mariano Rajoy, pero también a la canciller alemana Angela Merkel, y que ha terminado imponiéndose en todas partes.

Un sentido común que equivale a asumir como la cosa más natural del mundo el pensamiento hegemónico y que se apresura a tachar de "populismo" cuanto lo pone en cuestión.

Populismo de derechas o de izquierdas, que se equiparan alegremente como si fueran lo mismo con el único objetivo de descalificar sin más a quienes consideran por el contrario que hay alternativas y plantean la urgencia de cambiar las cosas.

Se habla, por ejemplo, de "libertad" cuando ello significa sólo "desregulación" de los mercados. Se habla de "reformas" y de "flexibilidad" en el trabajo y ello es sólo el sometimiento del individuo a los caprichos y necesidades del capital.

Si el populismo, del signo que sea, tiene una virtud, como señala el alemán Bernd Stegermann (1) es sobre todo que asusta a las elites que nos gobiernan.

"La presión populista sobre los poderes políticos es hoy por hoy la única fuerza que permite comenzar la lucha contra la explotación global", escribe ese filósofo y dramaturgo.

Sólo cuando los ciudadanos acuden a votar masivamente a la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, o salen numerosos a la calle a protestar contra los acuerdos de libre comercio con EEUU, parecen por fin reaccionar los gobernantes.

Sólo cuando los populistas demuestran que bajo la cobertura retórica de las sociedades "abiertas" y la "globalización" crecen la explotación y la desigualdad y aumentan los privilegios del capital parece por fin que algo se mueve.

Es hoy "políticamente incorrecto" - "populista"- hablar de lucha de clases. Y sólo se lo permite un multimillonario inversor como Warren Buffett, quien dijo aquello tan impúdico de "Hay una lucha de clases, pero es la de mi clase, la de los ricos, y la estamos ganando".

(1) Autor de "Das Gespenst des Populismus. Ein Essay zur politischen Dramaturgie". Ed. Theater der Zeit, 2017

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