Las ciudades invisibles, «Le città invisibili», escrita por el italiano Italo Calvino en 1972, es una obra difícil de encuadrar. Algunos críticos no la califican como una novela, pero tampoco es un texto histórico, ni un libro de viajes. Para un arquitecto podría llegar a ser, incluso, un tratado de urbanismo, si bien totalmente heterodoxo.

En «Las ciudades invisibles» no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; cada una tiene un nombre de mujer. El libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general.

Como en «Las mil y una noches», al estilo de la narrativa oriental, la trama se desarrolla en forma de una serie de relatos cortos, que reflejan conversaciones ficticias entre Marco Polo y Kublai Kan. El imperio del gran Kan era tan inmenso que nunca hubiera podido visitarlo en su totalidad. Por eso, Marco Polo le relata como son esas ciudades o, mejor dicho, cual es la impronta que esas ciudades le han dejado.

Narrar el mundo ayuda a percibirlo de un modo nuevo, a descubrirlo y a refundarlo. Es una práctica cognoscitiva y comunicativa que tiene un valor intrínsecamente ético, porque requiere un cuidado continuo de la mirada, de la palabra, del gesto, en función de un interlocutor al que se valora y se le quiere ofrecer una porción de mundo generado, custodiado y filtrado a través de los sentimientos propios.

Cuando viajo fuera de Elche intento aplicar esta filosofía a las ciudades que visito, e intento filtrar esa mirada a través de mis modestos conocimientos y de mis sentimientos, para intentar comprenderlas y compararlas, diversidades culturales aparte, con el concepto que poseo de Elche.

En el transcurso de estas observaciones, he constatado que las ciudades pueden ser un infierno que podemos asumir o intentar cambiar. En palabras del propio Italo Calvino: «L'inferno dei viventi non è qualcosa che sarà; se ce n'è uno, è quello che è già qui, l'inferno che abitiamo tutti i giorni, che formiamo stando insieme. Due modi ci sono per non soffrirne. Il primo riesce facile a molti: accettare l'inferno e diventarne parte fino al punto di non vederlo più. Il secondo è rischioso ed esige attenzione e apprendimento continui: cercare e saper riconoscere chi e cosa, in mezzo all'inferno, non è inferno, e farlo durare, e dargli spazio».

Si lo asumimos y lo aceptamos no nos daremos cuenta de su existencia. Si tomamos la otra vía, la más arriesgada, tendremos que ser capaces de reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno y hacerlo durar y proporcionarle espacio.

La semana pasada tuve la ocasión de visitar Eslovenia y su capital, Liubliana. Eslovenia es una pequeña república, independizada de Yugoslavia en 1991 y miembro de la Unión Europea desde 2004. Tiene una población de dos millones de habitantes, poco más que la provincia de Alicante. Liubliana cuenta con 270.000 habitantes y fue declarada Capital Verde Europea el año 2016, reconocimiento al que podría aspirar Elche a medio plazo (se habla de 2030).

La similitud entre Elche y Liubliana por su tamaño, y el hecho de que Elche pudiera aspirar a un galardón con el que ya contó Liubliana el pasado año, despertaron sobremanera mi curiosidad y me hicieron fijarme en muchos aspectos que normalmente pasan desapercibidos al turista ocasional.

En primer lugar, todo el casco histórico de Liubliana es peatonal pero, a pocos metros, en una de las calles principales, se puede tomar el autobús. Además, se ha apostado firmemente por el uso de la bicicleta, con la instalación de puntos donde cogerla y la adecuación de las calles para su uso.

Por otra parte, el transporte público es sumamente eficiente y accesible para todos los ciudadanos, con una red de recorridos y paradas que facilitan enormemente su uso por toda la población. También existen puntos de carga gratuitos para vehículos eléctricos, repartidos por toda la ciudad, para fomentar el uso de este tipo de coches. Todas las papeleras tienen tres cestos, para fomentar el reciclaje, y los contenedores del centro están soterrados.

Por último, la capital eslovena cuenta con una gran superficie de zonas verdes, entre parques y bosques urbanos, espacios que se han visto ampliados en número y en superficie en los últimos años.

Si bien es cierto que Elche está todavía a años luz de convertirse en una ciudad tan amable para el ciudadano como Liubliana, también es verdad que contamos con un buen número de elementos para conseguirlo.

¿Por qué no lo intentamos entonces? Quizás por una falta de visión y liderazgo de nuestros representantes políticos, quizás porque los ilicitanos estamos instalados en la visión conformista del infierno que describía Italo Calvino.

Mientras tanto, seguimos esperando a Godot.