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Postrapacería

Los hechos comienzan a ser irrelevantes. La emotividad instalada en esta sociedad en red los ha trasladado al trastero. Incluso en el ámbito jurídico, que es donde por definición deben reinar, están paulatinamente claudicando en favor de ideas preconcebidas, de conclusiones apresuradas, del eco de la manada enfervorecida y dirigida en una u otra orientación. Consecuencia directa de la corrección política -que es en sí misma una modalidad más de totalitarismo-, de la sofisticación de nuestras sociedades así como de la rapidez que imprime a todas las cosas, se extiende la creencia de que cualquier afirmación que encaje de alguna manera en el imaginario colectivo resulta toda una verdad incontrovertible, por más que se base en hechos radicalmente falsos o que ni tan siquiera lo intente.

Este grave mal contemporáneo no conoce de signos políticos. En todo el espectro se hace uso de lemas con este propósito de engañar o mentir, que es lo que en realidad constituye la célebre posverdad. Tampoco es exclusivo de un determinado país, sino que se practica en los más altos niveles por todo el planeta. Que haya armas de destrucción masiva o no es indiferente; que se haya rociado con gas tóxico o no a una población es lo de menos; que salirse de la Unión Europea tenga un elevado coste para los británicos es algo a ocultar, por baladí; que la independencia de Cataluña sea una fiesta sin efectos nocivos para los catalanes es un tema menor; que a quien se denuncia por malas prácticas contractuales se sepa de antemano que no incurre en ninguna irregularidad es asunto intrascendente. Lo que importa es montar y continuar una guerra, conseguir el Brexit o la independencia o vulnerar a personas en su honor.

La posverdad es la actual patente de corso, el inmejorable salvoconducto para el todo vale en un contexto de ausencia de moralidad. Como los hechos no son los que son, sino los que se quiere que sean, la objetividad pasa a mejor vida y está siendo sustituida a marchas forzadas por una subjetividad sin límites, en que el titular es el que manda, sin necesidad de descender a los detalles, por más que estos revelen con claridad una patraña o un burdo artificio.

La trascendencia que tiene este fenómeno hoy es notable. La inflación informativa actual nos impide en infinidad de ocasiones centrarnos en cada uno de los temas que se nos presentan disfrazados de posverdad. Nos quedamos con el estribillo, aun cuando se trate de una calumnia grave o de algo sencillamente falso.

La principal víctima de este aciago elemento, todo un acelerante de los populismos, es la propia sociedad, cuando no la persona afectada por sus maquinaciones. Una nación alejada de los hechos y entregada a la trapacería se convierte sencillamente en ingobernable, pasto de los más desaprensivos atropellos y de las peores iniquidades. Quien acusa a otros sin atenerse a la realidad, otro tanto le sucede.

Mucho mejor, en fin, defender la verdad frente a la posverdad, y desde luego mucho peor la mentira que la posmentira, a la que llegaremos a no tardar.

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