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Antonio Sempere

De buena mañana

Nos cruzamos muchas mañanas. A eso de las nueve menos cinco. Él aparca su coche en el Paseíto de Ramiro. Yo me dirijo hacia la Biblioteca Provincial. No nos saludamos. No nos conocemos. Miguel Ángel Pavón camina, maletín en ristre, hacia el Ayuntamiento. Su segunda casa durante tantos años.

Cuando sucede el encuentro, a veces también al final de la jornada, en el momento en que regresa al coche para partir a casa, reparo en la tenacidad. En los ideales. Estoy convencido de que Pavón los tiene. Que cree en ellos y por eso camina cada mañana con su maletín hacia la Casa Consistorial. Es verdad que vive de ello. Pero no es menos cierto que vive por y para ello. Por supuesto que hay un sueldo de por medio. Pero se nota cuándo la nómina no es el móvil que lleva a una persona a implicarse de tal modo en la vida municipal. Tantos años. Tantos lustros.

A uno, tan descreído con Alicante, tan desengañado de todo y de casi todos, le sorprende ver a un Pavón solitario y madrugador dirigirse al consistorio. Como un Quijote. Desde luego, con más moral que el Alcoyano. Alguien podría pensar que lo peor ya pasó durante su larga estancia en la bancada de la oposición, y que después de haber resistido tanto lo de ahora, disfrutar del poder, tocar poder cada día, es pan comido.

Pero minutos después de cruzármelo, me basta con leer en los diarios cómo le fue la jornada anterior para comprobar la dureza del camino y lo poco grato que debe ser, en muchas ocasiones, su trabajo. Por eso aludía más arriba a lo de vivir «de», o vivir «por» y «para». Me parece que hay que creer mucho en la causa que se defiende para soportar tantos carros y carretas en el camino.

Sólo sé de Pavón por la prensa. He leído su nombre en miles de titulares. Imagino que seremos muy distintos. Él tendrá sus gustos como yo tengo los míos. Nuestras agendas coincidieron una vez. En el Teatro Principal, cuando Alberto Sanjuán vino a representar El rey, el día de la República de 2016. No lo he visto en mis cines, mi Casa Bardín, ni mi Aula de Cultura de la CAM, aunque sí muchas veces en la sede de la UA de Canalejas, entrando o saliendo de reuniones con su grupo.

Me gustaría ser tan crédulo como él. Tan tenaz. Estar convencido de que Alicante puede mejorar, en todos los sentidos. Si la ciudad me duele, es señal de que también me importa. Pero me cuesta tener fe. El otro día, cuando volví a ver en este diario fotografía de la «A» gigante del supuesto edificio en que uniría los dos extremos del Puerto, me dio un patatús.

Espero volver a cruzarme con Pavón muchas mañanas. Será señal de que estamos vivos. Y motivados. Él en su lucha. Y yo con la curiosidad de conocerla. Lo que significaría, también, que la prensa en papel, tan imprescindible en mi vida, sigue ahí.

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