Lo sabemos todavía si el PSOE ha tocado fondo. Parece que el abismo es muy profundo. Difícil, parar la caída libre. Vivimos malos tiempos para la social-democracia en Europa y, por tanto, para la democracia. Sólo basta con ver el resultado de las últimas elecciones en Francia.

Susana Díaz llamaba a la «rebeldía» la pasada semana en Elche para «levantar» el PSOE, rodeada por los próceres del partido. Sí, estos mismos que en su mayoría apoyaron en las pasadas Primarias a Pedro Sánchez, avalado entonces como una joven promesa, el mejor candidato posible, en su momento, para liderar el partido. Lo que ha pasado desde entonces, ya lo sabemos. Pedro Sánchez fue útil, mientras fue dócil, y sus políticas coincidían y estaban en sintonía con la de aquellos que lo auparon a la Secretaría General. Sus problemas comenzaron cuando comenzó a ser autónomo, no sabría decir si fiel a sí mismo o no, y a hacer valer su propia visión política, no consensuada ya con el aparato del partido: su negativa a la abstención, la defensa de Cataluña como nación, el respeto por un adversario como Podemos que ha recogido a muchos votantes tradicionales de la izquierda y del PSOE, etc... Fue, consecuentemente, declarado en rebeldía. Quizá su actuación desmedida, un tanto circense, en la crisis que se vivió posteriormente, cuando se constituyó la gestora, fue una salida hacia adelante. Su única posibilidad de salvación política, la rebeldía frente a aquellos que lo utilizaron en su momento y que ahora lo dejaban caer.

No es mi intención hacer una alegato a favor de Pedro Sánchez, promocionado ahora como la nueva esperanza progresista ante la casta inmovilista del partido, apoyado en estos momentos, entre otros, por el secretario comarcal del partido, el ya veterano Alejandro Soler; sino, llamar la atención sobre la necesidad de regeneración de los partidos políticos, columna vertebral de nuestra democracia.

No les puedo ocultar que yo mismo soy militante del PSOE. Precisamente, por esta razón, veo con profunda preocupación y, cómo no, tristeza, la situación interna del partido, no sólo a nivel nacional, sino local. La forma con la que se afronta y se gestiona la elección del secretario general dentro del Partido Socialista es sintomática de la naturaleza que se propicia desde dentro del propio partido. Asistimos al mercadeo de avales en virtud de las familias políticas de la agrupación, que se mueven por intereses clientelares en el sentido más etimológico del término. Es decir, facciones o grupos que dentro del partido, bajo el patrocinio de un cabeza de lista, motivan y promocionan el aval y el voto en virtud de sus propios intereses, en la medida en que se espera que la victoria de un candidato traiga consigo un beneficio futuro dentro del organigrama y mayores posibilidades de alcanzar cuotas de poder dentro del mismo.

No quiero decir con esto que los afiliados del partido no sean libres, ni tengan suficiente espíritu crítico como para decidir por ellos mismos, sin dejarse influenciar espuriamente; sino que en la medida en la que dentro del partido hay un mayor número de cargos cuya subsistencia personal depende del propio éxito político, éstos propician una militancia y un funcionamiento más clientelar. Así, podríamos explicar la evolución en los últimos años de nuestra agrupación local.

La finalidad legítima de un partido político es llegar al gobierno y de un candidato, alcanzar la secretaria general para cumplir su proyecto, pero un partido político no es un club de fútbol, formado por incondicionales, que votarán a su candidato pase lo que pase, haga lo que haga. Al menos, el PSOE no lo ha sido tradicionalmente. La disputa política en términos ideológicos dentro del partido es democráticamente sana y necesaria. Pero, para que ésta se dé, necesitamos que se propicien las condiciones para que así sea, convirtíendose en un foro de debate y de formación ideológica que atraiga a militantes, simpatizantes y ciudadanos interesados en compartir ideas, formarse e influir en los programas políticos que deben concretarse en cambios reales de la vida cotidiana.

Debemos hacer hincapié de nuevo en recuperar el carácter tradicional pedagógico de las agrupaciones socialistas, para favorecer, de nuevo, el acercamiento de militantes críticos, exigentes e independientes: un partido realmente en rebeldía, indómito, que no se resista a la situación actual.