l asma es una enfermedad terrible que convierte algo tan natural como respirar en una extenuante lucha por la supervivencia y, sin embargo, en mi caso le he de estar agradecido ya que al impedirme asistir a clase más de treinta días en un trimestre me abocó a la repetición del tercer curso de primaria que cursaría conforme a una nueva ley educativa, la EGB, que entre otras novedades incorporaría el inglés a los curriculums, a cuyo estudio y enseñanza he dedicado mi vida profesional y que ha ampliado considerablemente mi horizonte vital que de otro modo hubiera sido considerablemente más pobre y, sin duda, mucho más aburrido.

La ausencia del valenciano en las aulas se habría de prolongar muchos años más, aunque el encanto que despierta lo prohibido y las ansias de libertad que se respiraban en el tardo franquismo y primeros años de la democracia nos llevara a buscar algún aula vacía del IES Bellaguarda de Altea en la que algún temerario profesor se atreviera a adelantarnos algunas nociones de nuestra proscrita lengua materna.

La suerte de las dos lenguas con el tiempo no ha podido ser más dispar. Superado el primer impulso, que sin duda supuso la Llei d'Us del Valencià impulsada creo que por Císcar (y jamás acabada de implantar), y la innegable labor de divulgación protagonizada por el Canal 9 en sus comienzos, especialmente con el público infantil, el valenciano se ha recluido en las aulas resistiendo gracias al éxito de las líneas en valenciano , los recelos del principal partido de izquierda del País Valencià (con las honrosas excepciones, de Císcar, Joan Romero o el propio Puig, que algo bueno ha de tener) o las salvajes embestidas de los populares que a punto estuvieron de cobrarse la pieza.

Es por eso que no es en absoluto descabellado que ambas lenguas, inglés y valenciano, dada la incuestionable preeminencia del castellano avancen de la mano hacia lo que Sanchís Guarner planteaba como utopía en su emblemática La Llengua dels valencians: «?allò que no tardarà en ser realitat es que els homens de tot el món a més d'una llengua nacional, en parlen tots d'un altra internacional».

La diferencia fundamental entre el plurilingüismo del actual conseller del de sus nefastos predecesores es lo loable de la finalidad que persigue, prestigiar el valenciano y extender su uso al tiempo que se consolida el dominio del inglés, especialmente en la escuela pública. Font de Mora y su sucesora apenas disimulaban su intención de convertir al valenciano en algo testimonial y a la escuela pública en subsidiaria de la privada, sin importarles siquiera caer en el ridículo, como en aquella estrambótica ocurrencia ofertar el chino mandarín como asignatura optativa.

Pero es importante ser audaz. No se puede ir de farol ni fiar todo al voluntarismo de los de siempre, como se ha hecho por otra parte con el proyecto Xarxa Llibres, que ha recaído , de nuevo en las doloridas espaldas de los docentes. El plan de formación del profesorado ha de ser de calidad, ambicioso y audaz, se han de echar los restos y tratar a los docentes con el respeto que se merecen, porque el propio Guarner que hace más de medio siglo ya apostaba por el plurilingüismo advertía también de la indisoluble relación entre lengua y pensamiento: «Parlar d'una manera peculiar significa pensar d'una manara privativa (?) i concebre la vida d'una manera pròpia». No valen aquí, pues, paños calientes porque hay mucho en juego y se deben evitar a toda costa las chapuzas de otros lares.

En educación, sin embargo, estamos abocados al optimismo y no está demás hacer caso al profesor cuando apelaba a la fe que los valencianos hemos de tener en nosotros mismos, incrementada en este caso por el hecho para nada menor, de que al frente de la Conselleria d'Educació se encuentre, al fin, un maestro en lugar de un forense. Imposible encontrar dicotomía más acendrada. El tiempo dirá.