La mayoría piensa que tras la primera vuelta de las presidenciales francesas todo el pescado está vendido, dando por segura la victoria de Macron en la segunda vuelta a celebrar en un par de semanas. Pero la realidad es que hasta el rabo todo es toro. Las pequeñas diferencias en porcentajes, solamente cuatro puntos porcentuales entre el primero Macron y el cuarto Mélenchon, hacen que, dejando aparte el hundimiento de los socialistas con tan solo el seis por ciento, los resultados sean todo menos clarificadores de la situación política. El panorama es tan confuso como el voto de los ciudadanos franceses. Casi todos los analistas se quedan con dos aspectos a destacar tras la primera vuelta, uno el estrepitoso fracaso de la socialdemocracia francesa tras apostar por el más radical de sus líderes, aquí su homólogo sería sin duda Sánchez, y otro que es la primera vez desde la instauración de la V República que los republicanos no están representados en la segunda ronda.

La escasa diferencia en votos entre los cuatro primeros, nunca antes sucedió un caso similar, y el hecho diferencial de que de ellos tres formaciones sean de carácter populista, incluyendo a ¡En Marcha!, de Macron. Movimiento que por ahora no tiene marchamo de partido político con estructuras y bases para afrontar unas legislativas que en junio próximo definirán la Asamblea francesa, no augurando nada bueno para el devenir de nuestros vecinos. La victoria de Macron, aún por concretarse, traería consigo el problema de convertir un movimiento populista en un partido en menos de dos meses, pues parece inviable una jefatura del Estado, aun con todos los poderes ejecutivos que se otorgan al cargo de presidente, con una Asamblea, poder legislativo, en la que los seguidores de Macron no obtengan un resultado que permita gobernar sin sobresaltos al líder de ¡En Marcha! De darse unos resultados parecidos en las legislativas, la Asamblea sería ingobernable, abocando al fracaso de la Presidencia.

Pero si este panorama no augura estabilidad, tan necesaria como urgente, para los franceses, mucho peor sería un triunfo de la ultraderechista Le Pen, por la que nadie apuesta, pero que ante la confusión de unos, y las declaraciones ambiguas del líder de la ultraizquierda Mélenchon, antiguo militante socialista y ministro con Jospin, al rechazar dar un consigna para apoyar a Macron, sumen en un mar de dudas a los votantes. No así sociólogos y politólogos, que se decanten mayoritariamente por una fácil victoria del que fuera ministro del socialista Valls, que ya le ofreció públicamente su voto en la primera vuelta, rompiendo la disciplina de su partido, en el que perdió las primarias ante el fracasado Hamon. Los seguidores de Francia Insumisa, son en su mayoría gente que pretende subvertir el sistema, socios fraternales de Podemos, y que por tanto se acercan bastante en planteamientos a los partidarios de Le Pen en cuanto a Europa, moneda y otras cuestiones, y con tal de resquebrajar los cimientos de las instituciones son capaces de apoyar a la ultraderecha, para así vivir en el caos político, situación ideal para que su ideario, que pasa por la acción directa, se vea justificado.

Por otro lado la masa de votantes del republicano Fillon, aunque este ya haya pedido el voto para Macron, no está nada claro que voten lo que su líder les ha solicitado, pues no tienen confianza en el que fuera ministro socialista y sus políticas, por lo que un porcentaje puede irse a la abstención, e incluso otros optar por Le Pen. También habrá que contar con los que han depositado su voto para Dupont, un derechista proveniente del gaullismo y gran defensor de «la grandeur», que con un nada despreciable 4,7% y casi 1,8 millones de papeletas, todavía no ha dicho nada al respecto de la segunda vuelta.

La lógica política lleva a pensar que la victoria de Macron, con mayor o menor diferencia sobre Le Pen, debiera ser segura, pero tras los últimos acontecimientos en elecciones, como la de Trump en EE UU, por el que nadie apostaba, o la casi asunción a la Presidencia austriaca de otro ultraderechista, Hofer, de raíces nazis, evitada en una repetición de elecciones, no permiten confiarse en el probable triunfo de Macron. La pérdida de confianza en los partidos convencionales, y por ende de su poder, tiene por desgracia estas consecuencias, una deriva hacia una sociedad en la que parece tienen cabida aquellos que fueron indispensables para sumir en la conflictividad bélica a la Europa de mitad del siglo XX. Francia avisa que no todo vale.