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El tramabús

Los autobuses reivindicativos están de moda. A la machadiana España de charanga y pandereta le ha salido una flota de autobuses que circula por las calles no con la finalidad de llevar gente de un lado a otro, sino reivindicaciones, denuncias u obviedades con retintín homofóbico. Una cachonda organización (se hace llamar «hazte oír» aunque algunos le han cambiado el nombre por el de «hazmerreir») nos instruía sobre anatomía al más puro estilo Barrio Sésamo: «Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen». Pues menos mal que está esta benemérita asociación sino, más de uno seguiríamos en la inopia.

Ahora le toca el turno a Podemos. ¿Habrá autobuses para tanto chorizo? Lo de podemos es la nueva picota. En Salamanca, donde me parieron, allá por el cretácico inferior, hay un barrio al que llaman Rollo. No es que el barrio sea un coñazo y la parroquia se muera de aburrimiento, le pusieron El Rollo porque allí, en la edad media, había un extraño artilugio redondo de donde salían un nutrido número de afiladas púas. Allí destazaban a los ajusticiados y lanzaban sus restos que quedaban clavados en los pinchos. Al lado, una picota donde clavaban la cabeza. El resto del trabajo lo acababan los cuervos y otros avechuchos carroñeros. Ahora, al rollo le han salido ruedas y se pasea por las calles con retratos pop de los malhechores. No sé si considerarlo una astracanada o un acto de justicia, esa de la que tan horros estamos. Lo que ocurre es que, sin darse cuenta, al mensaje de denuncia puede unirse otro un poco más subliminal. Como quiera que la mayoría de los retratados hayan sido imputados, juzgados y alguno, incluso haya pisado la trena, puede caerse en el embeleco de que la justicia en España funciona, cosa que se aleja abismalmente de la realidad. De modo que el mensaje de pasear ladrones por las calles y exponerlos al escarnio público puede tener una lectura indeseada. No, la justicia no funciona porque la tienen acaparada los «Corleone», la mafia, la cosa nostra. Entre unos y otros le han quitado la venda y desequilibrado la balanza.

Mientras esto escribo salta la penúltima liebre de la corrupción. El expresidente de Madrid, Ignacio González y mano derecha de Aguirre (la cólera de Dios) es arrestado y metido en un coche policial por un guripa protegiéndole la cabeza, como a Rato. Asunto de aguas del canal Isabel II, aguas turbias, turbulentas, tirando a fecales, otro caso aislado. El domingo, Dios mediante, cuando salga publicada esta esquelilla, el caso aislado estará obsoleto, que los casos aislados saltan de dos en dos todos los días.

Mariano, nuestro presidente, el que se despernanca a la puerta de Génova a ver pasar el cadáver del enemigo y a fe mía que lo consigue sin despeinarse, está llamado a declarar como testigo de la trama Gürtel. Doña Espe, la dama de hierro forjado, también. Marhuenda, el periodista pútrido, también cae. Los jueces se salen. ¡Estoy que lo regalo, oiga! Las aguas del canal, salpican a todo dios pero ni el diablo dimite porque en España nadamos en los lodos que trajeron unos polvos que no supimos aventar a tiempo. Porque España se vanagloria de una transición ejemplar cuando sólo hubo un puñetero trampantojo, y eso sigue llevándonos a las urnas indolentemente, a una urna gigantesca cuya central está en el Valle de los Caídos, porque ya toca abrir las ventanas y ventilar, sacar la podre de debajo de las alfombras y darle la vuelta al iceberg, que La Estaca de Lluis Llach se está quedando en mondadientes si comparamos.

Pues sí, el autobús de Podemos es de justicia. Me retracto. Pero se quedan cortos. Han de fletar autobuses, trolebuses, trenes de cercanías y lejanías, aviones, cohetes y estaciones espaciales y empapelar el país entero con los caretos de los que con carita inocente y como de no haber roto un plato, que un plato es un plato y un vaso es un vaso, nos siguen tomando por gilipollas.

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