Esta primaveral fecha de veintitrés de abril acumula conmemoraciones de diversa índole. Es el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor como tributo al más poderoso instrumento de difusión y conservación del conocimiento. Aunque de dudosa datación, se ha establecido una especie de «presunción de conmoriencia» para hacer coincidir el día veintitrés de abril de 1616 los decesos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.

¡Qué extraña la vinculación entre libros y muerte! Pero rememorar la muerte es también una forma de celebrar la vida de modo que ¿existe alguna razón para no disfrutar de la fiesta de los libros el mismo día que enmudeció la pluma de tres grandes de las letras?

El Inca Garcilaso fue el primer escritor mestizo del Perú. De menor fama que sus «conmorientes», estaba emparentado con Garcilaso de la Vega y es considerado el exponente de una cultura híbrida surgida del humanismo y del pasado incaico de las tierras recién conquistadas.

En tiempos de Diocleciano, san Jorge, militar romano de Capadocia, fue martirizado y decapitado un veintitrés de abril por confesar su fe cristiana. Su figura despierta una ferviente devoción en muchos lugares de Europa.

Precisamente Aragón conmemora la festividad de su patrón, san Jorge, en el día de la Comunidad, siendo venerado por prestar su ayuda para la toma de Huesca en el siglo XI.

Asimismo, Alcoy evoca la efeméride con sus populares fiestas de Moros y Cristianos, exhibe la reliquia del santo patrón y escenifica su aparición en la batalla librada en defensa de la ciudad.

La afortunada idea del obsequio recíproco de rosas y libros, hermosos objetos provistos de hojas, le sirve a Cataluña para celebrar el día de su patrón. No es posible hallar una combinación más perfecta para el intercambio de presentes.

La leyenda de san Jorge sugirió el símbolo de la flor roja alusiva a la sangre derramada del dragón. Una abundante iconografía ha inmortalizado el instante en que el soldado romano de Capadocia, a lomos de un caballo blanco, hiere al dragón con su lanza para salvar a la princesa.

Castilla y León celebra ese mismo día la fiesta de la Comunidad, en conmemoración a la derrota de los Comuneros en la localidad vallisoletana de Villalar. «Mil quinientos veintiuno y en Abril para más señas en Villalar ajustician quienes justicia pidieran». Son los celebrados versos del romance Los Comuneros, de Luis López Álvarez que relatan la denominada Guerra de las Comunidades de Castilla. Conviene recordar que el pintor alcoyano Antonio Gisbert representó el ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado.

En este año se cumplen cinco siglos de la llegada de Carlos I a Castilla. En aquel entonces era un joven e inexperto monarca, ajeno a la idiosincrasia castellana. Razones políticas, fiscales y económicas exacerbaron el sentimiento comunitario y desencadenaron el levantamiento.

La implantación del modelo imperial en detrimento de la Corona de Castilla condujo a la pérdida progresiva de protagonismo e identidad del reino. «Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar».

Es sabido lo que vino después, la secular postergación del territorio, su desmembración y el establecimiento de divisiones artificiales que han abocado irremisiblemente al olvido, cuando no a la tergiversación del pasado común.

Hay algo heroico y romántico en la conmemoración de una derrota que cambió el devenir de la historia, pues Castilla sigue teniendo en Villalar el símbolo de su identidad como pueblo.

La miscelánea conmemorativa que encierra el veintitrés de abril se completa con la entrega del Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras españolas.

El escritor Eduardo Mendoza ha recibido el premio del año cervantino 2016 en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, villa natal de Cervantes. Su obra, en la estela del Príncipe de los Ingenios, sublima el humor y la ironía, al igual que su «prodigioso» discurso jalonado de referencias al Caballero de la Triste Figura.

Mendoza destacó el peligro que entraña la vanidad para los creadores, aunque para él simplemente sea «una forma de llegar a necio dando un rodeo». Se refirió a la tecnología y al cambio de soporte de la famosa «página en blanco», pero ello «no ha eliminado el terror que suscita ni el esfuerzo que hace falta para acometerla». Y afirmó que «todas las lenguas del mundo son amables y generosas para quien las quiere bien y las trabaja».

Genio y figura, y no precisamente triste, derrochó el galardonado quien concluyó su intervención con la rúbrica: «Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores».

La ceremonia fue espléndida pero ¿por qué se entregó el premio anticipadamente sustrayéndolo a la fecha que le es propia? Quizá porque hoy es fiesta de guardar?reposo.

En todo caso, feliz veintitrés de abril, queridos alcoyanos, aragoneses, catalanes, castellanoleoneses, amantes de los libros, especialmente si los compráis, y queridos autores, por el reconocimiento de vuestros derechos.

Felices y provechosos florilegios.