Van a durar menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Con tantas ocurrencias, estos de Podemos, batirán todos los records de tontunas varias. Los pones a todos en los círculos esos que formaron, y ya caben en una línea estrecha. De hecho, hay pueblos en los que les sobrarían asientos si tuvieran que llenarlo con los adeptos.

Pero esas «maravillosas» ideas van a más. No se les pilla a estos trabajando en el Congreso con leyes para hacer cambiar el rumbo de la gente a la que dicen defender. Se les llenó la boca de echar a la casta y embalsaman un autobús con vinilos de fotogramas varios. Al final, van a reforzar a la casta a la que venían a quitar.

A mí me pareció como un autobús en el que monté, una vez, para una despedida de soltero. Es verdad que sabiendo la que montaron con Coca-Cola podían haber pedido subvención a la competencia, Pepsi Cola. Pero claro, ellos del Ibex-35 o aledaños, res de res. Para eso ya tenían los dineros de Venezuela.

Una forma de hacer política a lo Hazte Oír, lamentable también su autobús, denota mucho la reflexión asamblearia a la que se enfrentan. En ese equipo, si es que tienen equipo, ha ganado el vocerío de la vuvucela. Lo bueno sería que llenasen ese autobús de podemitas con botellón incluido. Si lo que nos traen los nuevos tiempos, de este nuevo partido, es autobuses maqueados, entonces, no me extraña que la gente se arremoline ante los clásicos.

Ganas tengo de que lleguen las elecciones para ver cuánta gente se sube al autobús de la trama. O cuánta gente se baja. Porque en la insólita última elección nacional, después de seis meses de la anterior, perdieron un millón de votos, que se dice rápido. Y su reflexión, parece ser, ha sido poner vinilo en el autobús y arreando, que es gerundio.

Mala compañera de la política son las florituras sin calado. Es verdad que a los simpatizantes, como decía la portavoz del autobús, les gusta este tipo de escenografía. La pregunta es cuántos autobuses llenarán con esta política. Porque si solo llenan a los adeptos, cada vez les sobrarán más butacas. Y luego se preguntarán porque necesitan un minibús, o furgoneto, en vez de un macrobus.

Simplificando tanto la política uno se pregunta si los fundadores de este nuevo partido salían de la Universidad o venían de una despedida de soltero. Y el autobús les delata. Toda la filosofía política de un país reducida a un bus que corretea el país. Pero, ¿estos no eran los de las redes sociales? ¿Cómo han podido caer en la tentación de una comunicación tan pedestre? ¿Por qué hay que recorrer las calles y plazas de este bendito país como un vendedor de mantas o de melones? ¿Pondrán un altavoz sobre el techo anunciando el próximo saqueo o poniendo alguna conversación intervenida por la policía?

Son muchas las preguntas que nos hacemos, mientras el bus se encuentra en reparación. Porque, al parecer, se ha jodido como el país. Lo bueno de utilizar un autobús es que en cualquier idioma lo entienden. Es más, si repasamos el diccionario, palabras como autobús, ómnibus y colectivo son sinónimas. A mí, particularmente, me gusta mucho más el término «guagua». Que vociferan graciosamente los canarios. Esa guagua, que no me digan ustedes que no es un término un poco cómico, refleja mejor los atributos de un mensaje publicitario político.

No crean ustedes que ya lo han visto todo. La liaron con los belenes, con las cabalgatas de reyes, y un sinfín de mamonadas. Pero la imaginación humana, y no tan humana, responde al orgullo de pertenencia con nuevas ideas. No se sabe muy bien en qué círculo, circulillo o circunferencia, saldrá la nueva buena. De dónde surgirá la nueva chorrada que ilumine nuestro triste panorama político. De lo que tenemos que estar seguros es de que esta legislatura albergará algunas de las imágenes más plásticas jamás contadas. Y el pobre de Berlanga, nuestro gran Berlanga, habría tenido dificultad en encontrar tiempo para meter todas estas variedades en una sola película. Pero seguro, que esa película se habría anunciado en el mismo autobús, si es que no se para otra vez.