Cada día el empresariado de nuestra ciudad y provincia levanta su persiana con la obligación de mejorar su empresa, cumplir con sus clientes, conservarlos y ampliarlos, crear un buen ambiente en su equipo, motivarlo, pagarlo, ampliarlo si se puede, también tiene que tener claro que debe guardar todo el beneficio de gran parte del año para pagar los impuestos que le correspondan, eso además de llevarse bien con los bancos, con su familia y estar siempre positivo y de buen humor.

Estas tareas se suman a las innumerables obligaciones legales que supone ser administrador único de una mercantil. Aquellos de ustedes que hayan disfrutado al comprobar cómo se pasa de prometedor emprendedor y eficaz vendedor, a execrable explotador y envidiado responsable de una empresa, cuando no a corrupto fijo solo por pasar a ser empresario en un nanosegundo, saben de lo que hablo. El valor se presupone. El empresariado tiene, en mi opinión, tres problemas fundamentales de base. A saber:

El principal problema es que somos absoluta minoría, es decir siempre habrá más empleados que empleadores, por lo cual a las fuerzas políticas les será siempre más interesante estar junto a los trabajadores por cuenta ajena que a los deleznables empresarios. Este tema es insalvable, ya que no hay quien pueda con las matemáticas. Además, la mayoría de los empresarios son de letras.

Segundo: Es prácticamente imposible que presenten frentes comunes, las organizaciones empresariales están llenas de enfrentamientos, luchas intestinas y descalificaciones personales incruentas. Los egos, narcisismos y mediocridades hacen que no exista manera humana de entenderse. Los pocos cuerdos que llegan a las cúpulas de estas organizaciones, cuando se van, no vuelven ni a la comida de Navidad.

Tercera y principal: Es doloroso, pero la cobardía es fundamental para que este grupo económico no sea el dueño de su destino, de su propia imagen, ni sea líder de iniciativas positivas para todos, o que, al menos, las pueda desarrollar.

Por una parte me vienen a la cabeza unas palabras, que un excombatiente en la guerra civil y segunda mundial, me confesaba en un trabajo histórico que realicé hace años: «es de listos ser cobardes». Para el empresario, no atreverse, no enfadar a los poderes políticos, pasar inadvertido, el sempiterno tancredismo, es de manual. Puede ser de listos pero, como dice Arturo Pérez Reverte, la cobardía es el peor y más dañino de los defectos. No nos creemos la libertad, no apostamos por compartir lo que puede servir para los demás, en definitiva, no actuamos con inteligencia y por ello no sacamos beneficio ni aportamos, muchas veces, beneficios a los demás.

En positivo: hay pequeños grupos, plataformas, inventos, ecosistemas, asociaciones, que a pequeña escala sí comparten, sí interactúan, sí se dan a conocer y se expresan.

De estos pequeños deberían aprender, muchas veces, las grandes organizaciones empresariales.