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Joaquín Rábago

Ciudades amenazadas por el turismo de masas

Emitió el otro día la excelente cadena franco-germana Arte un reportaje sobre los destrozos que los excesos turísticos están causando en tres bellas ciudades europeas: Barcelona, Venecia y Dubrovnik.

Entrevistaba el reportero a sus alcaldes y a sus ciudadanos, y el balance que en el reportaje se hacía del impacto del turismo de masas como el que sufren esas y otras ciudades no podía ser más negativo.

Las toneladas de agua que desplazan los gigantescos cruceros al desfilar por el canal Grande para que los viajeros vean, sin tener que moverse de sus hamacas, los palacios que pintaron Guardi o Canaletto están socavando sus cimientos.

Del mismo modo, las masas de turistas que sólo parecen interesados en hacerse selfies para enviarlos inmediatamente por Facebook a sus amigos convierten el recorrido por las Ramblas o el Barrio Gótico barcelonés en una carrera de obstáculos.

El turismo masivo está además pervirtiendo el comercio, y los mercados tradicionales parecen adecuarse cada vez más sólo a los gustos de los visitantes en lugar de satisfacer las necesidades de quienes allí viven y trabajan.

Turistas, muchos de ellos, de cruceros, que, al tener pagado todo a bordo, apenas tienen interés en comprar nada allí donde desembarcan que no sea un souvenir seguramente hecho en China, una botella de agua o un helado.

No es de extrañar que sobre todo en Barcelona y en Venecia hayan surgido iniciativas populares que reclaman que cese la especulación inmobiliaria y sus ciudades se devuelvan a los vecinos.

En Venecia, tanto la especulación como la creciente carestía de la vida a consecuencia del turismo hacen que la ciudad se vaya despoblando de las familias que han vivido siempre allí mientras cada vez más viviendas se alquilan por días sólo a gente que viene de fuera.

Se ha producido además en esa ciudad una fuga de profesionales, de gente creativa, y sólo parecen quedar los camareros, quienes trabajan en los hoteles y en cualquier actividad relacionada con el turismo.

Nada de eso parece preocupar, sin embargo, a su alcalde, Luigi Brugnaro, un derechista conocido por sus declaraciones y actuaciones homófobas aunque él presuma de tener amigos gays, como presumían de tener amigos judíos también algunos nazis.

Tampoco parecen preocupar a Brugnaro las críticas de la UNESCO, que reprocha al Gobierno italiano que carezca de estrategia para limitar drásticamente los daños que causa el turismo de cruceros al patrimonio artístico de La Serenissima.

Otro alcalde a quien parece traer al pairo el aumento desordenado y caótico del turismo en su ciudad y estar sólo interesado en el beneficio económico inmediato - ¿para quién?- es el de Dubrovnik, Andro Vlahusic, del Partido Popular croata.

Vlahusic afirma en el reportaje de Arte que gobernar una ciudad es como gestionar una empresa y exhibe con orgullo la edición especial de la botella de Coca Cola con el nombre de Dubrovnik porque, según él, no hay nada mejor que asociarse a una marca potente.

La única entrevistada que expresa preocupación por el impacto negativo de los vuelos baratos, los cruceros y el turismo de masas en la calidad de vida de sus vecinos es la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Se nota inmediatamente su pasado de activista.

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