Cumplimos noventa y cinco años de historia pero aquí estamos una vez más colgados en el abismo apenas aferrados a una tenue ramita, y ante la voz salvadora de Ortiz nos sucede como en el chiste y todos preguntamos al unísono «¿pero hay alguien más?». Porque tras más de tres lustros de gestión ya conocemos cómo se las gasta el constructor alicantino y en qué consisten sus salvaciones, así que venderíamos nuestra alma al diablo con tal de que apareciera un inversor de Singapur, China o de cualquier otra latitud, aunque casi estamos convencidos de que eso supondría acabar con nuestra identidad e idiosincrasia y que acabaríamos convirtiendo nuestro querido chiringuito playero en una franquicia de comida rápida. Así que seguimos haciendo bonolotos y soñando despiertos con la llegada de un mirlo blanco que abandere la causa del herculanismo y nos lleve por fin a la tierra prometida, entiéndase, a ser un equipo normal.

Un hombre de la zona, con posibles y herculano ?esto es negociable?, y que quiera devolver algo de cariño a la terreta que le vio nacer o lo acogió, que tanto da.

Alguien capaz de articular un plan sensato a medio plazo, que piense en el club más allá de si el equipo ganó o perdió el domingo, con recursos para abordar la deuda e imaginación y audacia para sentar las bases del Hércules de los próximos 20 años, alguien en definitiva, con ganas de dejar huella entre los suyos. ¿Existe ese alguien? Se me ocurren varios candidatos pero me temo que no están por la labor.

Y así el domingo, tras el pitido final y la certeza del no ascenso, el mundo se viene abajo y es inevitable tener una vez más la tentación de rendirse. De imponer la cordura y sacar bandera blanca para unirse por fin a la corriente general, elegir entre el blanco o el azulgrana y terminar de una vez con esta tortura. Pero el herculanismo es incombustible y esta afición a la que ahora se le ve el hueso, es sin duda lo mejor que tenemos.

Como me recuerda continuamente mi amigo Luis, somos unos supervivientes natos, capaces de encontrar agua en el desierto más desolador.

Y así cabizbajo y melancólico, sentado en las gradas de esa Disneylandia diseñada por Roig en la Plana, me topé con los ojos de Lucas, un niño de apenas 8 años, herculano de cuna de tercera generación y residente en el Altet. La ilusión de su mirada tras colocarse la camiseta que instantes antes le había regalado Javi Flores fue la respuesta a todas mis preguntas. Por mí que saquen ya los abonos que allí estará. Qué cruz.