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El poder a cualquier precio

Reflexiones espontáneas sobre los revisionismos

Uno se pregunta algunas veces si no sería conveniente una nueva floración de ilustres teorizantes de la organización política en nuestros días, tal que en sus momentos lanzaron sus propuestas Hobbes, Spinoza, Grocio, Locke, Rousseau, Maquiavelo y, más que ninguno, el nunca bastante ponderado y en ocasiones no muy bien interpretado que fue el barón de Montesquieu. Lo digo porque las novísimas realidades del mundo contemporáneo son muy diferentes a las de los tiempos de la Ilustración y puede que no nos baste con arbitrar la organización del Estado sobre la trilogía de los poderes clásicos.

La pregunta es si aquella clara visión de la previsora secuencia de actuaciones en tres tiempos, prever, actuar y juzgar, se corresponde con las realidades del momento. La respuesta es no. Y lo es por la misma razón que exponía aquel anuncio televisivo de algún artilugio electrónico: pruebe, compare y si encuentra algo mejor cómprelo. O aquel otro de las lámparas: mejores no hay. Mediado el pasado siglo aún era aceptado que la prensa constituía de algún modo "el cuarto poder" para subrayar su influencia. Pero las nuevas tecnologías han echado todo esto a perder. Los partidos políticos y los sindicatos se han constituido en grupos de presión y máquinas de poder, a la vez flexibles ante las circunstancias y las exigencias, dispuestos además a transacciones con tal de conseguir ese poder y conservarlo. Lo que requiere concesiones e incluso renuncias o supuestos aplazamientos en la aspiración del cumplimiento en algunos puntos controvertidos de su propio programa.

Por ejemplo, en el caso del PP, la benevolencia frente los separatismos catalán y vasco más o menos "soft", a la espera de contrapartidas, o ante el hasta ahora intocable aborto provocado, entre otros asuntos no resueltos de los varios desarmes de boleras perpetrados por el zapaterismo, como también el revisionismo de la guerra civil. El poder a cualquier precio, puestos en el dilema de vender o no vender el alma al diablo. La derecha en España es vergonzante y hay que matizarla anteponiendo la palabra centro. ¿Dónde están los programas? ¿Dónde, los idearios? Por su parte, al llamado populismo se le permite tomar la calle y exhibir imágenes e insultos en el intento de vampirizar al adversario y de propagar una especie de llamada a su persecución.

Mientras que un poder claudicante tolera esos exabruptos callejeros sin que pase nada. Y lo hace con una suerte de doble vara de medir porque, a la vez, persigue a otros movimientos que intentan propagar el derecho a la vida con un par de obviedades impresas en sus vehículos: aquello que distingue a los niños de las niñas. Palancas de opinión, sin entrar en lo sindical, que reciben distintas varas de medir.

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