El patrimonio más importante que tiene nuestra ciudad son las personas. Para mí esta cuestión no tiene ninguna duda. Sin embargo, si seguimos hablando de patrimonio ilicitano, perdónenme, pero ahí sí que me asaltan muchísimas dudas. Se nos llena la boca diciendo que somos una ciudad con dos patrimonios de la humanidad declarados por la Unesco, más el reconocimiento especial que tiene la Escuela de Pusol y, visto lo visto, todo se queda ahí, en palabras. Me entenderán.

Hace escasas fechas el Club Rotary Illice con su presidenta a la cabeza, María José Fuster Selva, me invitó a participar en una ruta-excursión con más de sesenta personas por la historia hidráulica de nuestra ciudad. Acogí la invitación con mucha ilusión. No en vano, mi tesis doctoral versa sobre estos asuntos: «Aproximación al estudio de la obra hidráulica y el medioambiente del entorno del Canal del desvío del Pantano de Elche», sobre el Canal del Desvío o Canal de Lafarga. Sin embargo, esta ilusión pronto se tornó en una gran preocupación.

Nuestro patrimonio hidráulico está en peligro, más que eso, en muchos aspectos casi ha desaparecido. El Pantano de Elche, la Presa, la Acequia Mayor del Pantano de Elche, todo en un estado de abandono increíble. La falta de conservación de estas magníficas obras hidráulicas nos lleva de una forma inexorable al colapso de un conjunto de obras que mantienen al Palmeral de Elche.

En su origen, las dos grandes acequias, Acequia Mayor y la Acequia de Marchena, han sido y son el único sistema de riego de nuestro Palmeral. Actualmente, las dos están prácticamente condenadas a la desaparición por el escaso o nulo interés de la Administración en financiar o subvencionar la reparación de estas obras.

Hay quien pensará que tampoco es tan grave, que total son unas cuantas acequias bien viejas. Graso error.

No podemos olvidar nuestra historia y nuestra historia va íntimamente ligada a nuestro Palmeral. De hecho la imagen más antigua de Elche, realizada en torno a 1279, es la primera viñeta de la miniatura que acompaña a la Cantiga CXXXIII de Alfonso X, en la que se muestra una palmera al borde de una acequia. Setecientos años después el Palmeral de esta ciudad fue incluido por la Unesco en la Lista de Patrimonio Mundial Cultural y Natural, precisamente por los mismos elementos que llamaron la atención del miniaturista del rey. Como en todo el Mediterráneo, las altas temperaturas y las escasas precipitaciones obligaron a los habitantes de Elche no sólo a transportar el agua desde zonas lejanas, sino a crear un sistema de reparto, compra, venta, y distribución que determinan una cultura, un modo de ver y entender la vida, que la Unesco ha querido resaltar y proteger declarándolo lugar cultural.

Esta declaración del Palmeral como Patrimonio de la Humanidad pone especial énfasis en la protección de las estructuras de los huertos de palmeras, sistemas de riego, viviendas tradicionales, etc. La declaración, más que un premio, implica una obligación: la de identificar, proteger, conservar, rehabilitar y transmitir a las generaciones futuras el patrimonio cultural y natural situado en el territorio.

Estamos fallando y nuestros hijos y nietos verán todo esto en fotografías. ¿Y la declaración del Palmeral como Patrimonio de la Humanidad? Quién sabe.

El problema tiene respuesta. Siempre la he defendido y muy especialmente cuando ostentaba responsabilidades de gobierno, aunque con escaso o nulo éxito, es de presupuesto, es decir, dinero y dinero. Destinar dinero a la conservación de este patrimonio nunca ha sido una prioridad, nunca, ni cuando las arcas estaban llenas ni cuando estaban vacías. Sin embargo, siempre ha habido una solución que los responsables de Turismo nunca han querido contemplar. Que Turismo asuma esta conservación y puesta en valor.

El instituto de Turismo cuenta con un presupuesto muy holgado, pero nunca han entendido que tenemos un diamante por pulir y que el potencial turístico es enorme, rutas, senderismo, cultura, deporte? Invertir en nuestro patrimonio es sembrar futuro. ¿Nos daremos cuenta en algún momento?