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«In ictu oculi»

El fútbol. Eso sí es un misterio, un desafío a la inteligencia, una compleja construcción humana que deja en ridículo a los pasillos del Vaticano, los salones del Kremlim y hasta la «Fenomenología del Espíritu» de Hegel. Hace un par de semanas, es decir, una eternidad futbolística, el Barça destrozó al Sevilla en una primera parte para enmarcar y colgar en el Museu al lado de las botas de Koeman. Todo el mundo elogiaba al Barça de Luis Enrique, que recordaba al gran Barça de Guardiola, y los culés confiaban en que su equipo apretaría al Madrid en la Liga hasta ahogarlo en el Bernabéu y, antes, se comería a la Juve con patatas dejando en evidencia a los que se atrevieron a comparar a Dybala con Messi. Pero eso ocurrió hace mucho tiempo y en una galaxia muy lejana. Hoy, dos eternas semanas después, el Barça es un equipo devastado tras dos derrotas brutales en Málaga y Turín que le alejan definitivamente de la Liga y, si no hay un segundo milagro en el Camp Nou como en el día del PSG, le echan a patadas de la Liga de Campeones. Muchos culés hablan de vergüenza, de fin de ciclo, de que hay que echar a media plantilla (o más), de que Luis Enrique es un inútil, de que Neymar se borró de la Liga y de que Messi no es para tanto. De Mathieu y de André Gomes ni hablamos, claro. Dos semanas. Dos derrotas. Ahí está la diferencia entre un Barça de museo y un Barça de vertedero.

Después del estupendo partido del Barça ante el Sevilla en el Camp Nou, habría hecho falta un Trasímaco como el de la «República» de Platón que, tras una brillante intervención de Sócrates jaleada por sus amigos, se preguntaba qué juego de tontos hacían unos con otros con eso de devolverse cumplidos entre ellos mismos. Gran juego del Barça que desfiguró al Sevilla de Sampaoli, velocidad, precisión, compromiso, goles de fantasía como el de Luis Suárez. Todos contentos. Todos elogiaban a todos. Todos se devolvían cumplidos como Sócrates y sus amigos, pero ningún Trasímaco sacó su lengua a pasear para decir que la reflexión acerca de la justicia todavía estaba muy lejos de concluir, en el caso de la «República», y que las lagunas defensivas del Barça dejaban ver que los problemas llegarían cuando el equipo rival tuviera algo más de puntería que el Sevilla o Ter Stegen firmara una actuación simplemente mortal. Sócrates tuvo que ponerse las pilas para estar a la altura del hipercrítico Trasímaco, pero el Barça se desinfló porque creyó que el diálogo acerca de la justicia había concluido y los títulos caerían con la dulce cadencia con la que las preguntas de Sócrates conducían al conocimiento. Y llegaron el Málaga y la Juventus, que desnudaron al Barça «in ictu oculi», como en el abrasador cuadro del pintor barroco Juan de Valdés Leal: en un abrir y cerrar de ojos, como la Muerte con guadaña que apaga en lo que dura un parpadeo la llama de una vela, los elogios se esfumaron. «In ictu oculi», la riqueza del juego del Barça, el poder de su temible delantera y la gloria del triplete desaparecieron, poniendo fin a la aventura del Barça en la Liga y en la Liga de Campeones. No somos nada.

«In ictu oculi», en un abrir y cerrar de ojos, el fútbol lleva a un equipo de la gloria a la más cruel de las derrotas. Por eso hace falta un Trasímaco en el momento adecuado, que no es el de la derrota, sino el del ángulo muerto de la victoria. Y si no un Trasímaco, al menos hace falta un Señor Lobo como el de «Pulp Fiction» que sea capaz de rebajar los momentos de euforia diciendo que, bueno, no empecemos a chuparnos las pollas todavía. Trasímaco o el Señor Lobo, pero alguien que recuerde en el momento adecuado que, en el fútbol, todo se puede ir a la porra «in ictu oculi». En un abrir y cerrar de ojos de Dybala, por ejemplo.

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