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Puertas horizontales en la tumba de Arquitas

No sé ustedes, pero yo estoy harto del busto de Ronaldo en el aeropuerto "Cristiano Ronaldo" de Madeira y también del aeropuerto "Cristiano Ronaldo", harto de las declaraciones de Piqué acerca del palco de no sé qué estadio, harto de las casas de apuestas dando la brasa para que tiremos nuestro dinero apostando sobre mil gilipolleces, harto del ruido alrededor de chavales como Mbappé convertidos en máquinas de hacer dinero y harto de los Tomás Roncero del mundo. Cada vez estoy más convencido de que "fútbol es fútbol", la grandiosa sentencia de Bujadin Boskov, encierra la esencia de este deporte arrasado por los bustos en los aeropuertos, las declaraciones extrafutboleras, las apuestas ridículas, las vergonzosas millonadas y los aficionados desquiciados. Fútbol es fútbol, y el fútbol es bello si, como diría Berkeley, guarda proporción con respecto a sus fines. Del mismo modo que una puerta situada en sentido horizontal mantiene sus proporciones pero pierde belleza, el fútbol en sentido horizontal que representan los bustos de Ronaldo, los palcos de Piqué, las apuestas sobre cuántos goles se marcarán en el último cuarto de hora de un partido, la elevación de un joven futbolista a la categoría de crack con intención de forrarse a su costa y las chorradas maleducadas que salen de la boca de todos los Tomás Roncero que pululan por los programas deportivos y los partidos entre equipos infantiles sólo consiguen que un partido de Liga mantenga sus proporciones (tres puntos en juego, once jugadores por equipo, un mogollón de árbitros y mil cámaras de televisión) a costa de perder gran parte de su belleza.

Fútbol es fútbol. Nada más. El fútbol ha crecido de forma tan desordenada y decididamente horizontal, es decir, fea que necesita una urgente cura de humildad. Imaginen un número grande, muy grande, enorme. ¿Ya? Imaginen un número todavía más grande. Y ahora déjenlo. Todos los números son pequeños porque dado un número "n" cualquiera, sólo existen n-1 números menores que él, pero un grupo infinito de números más elevados. El fútbol es muy grande, y puede que hasta Arrigo Sacchi tuviera razón cuando dijo que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes; pero el fútbol siempre será "n", y eso quiere decir que hay infinitas cosas más importantes que todo lo que conforma el fútbol horizontal que padecemos. ¿Quieren un poco de demagogia o, si lo prefieren, de verdades como puños? Hay más fútbol en un niño celebrando un gol en el patio del colegio que en mil aeropuertos con nombre de estrellas de fútbol, y las migas del bocadillo de chorizo envuelto en una servilleta que come un aficionado en la grada de "El Molinón" son infinitamente más futboleras que apostar un euro a que el Sporting marca un gol en el último cuarto de hora de un partido. ¿Quieren más demagogia? Los Tomás Roncero son al fútbol profesional lo que esos padres chiflados que se pegan en un partido entre equipos infantiles son al fútbol de la calle.

¿Saben todos esos futbolistas endiosados, entrenadores-profetas y los bla, bla, bla que son mortales? ¿Saben que si el fútbol aspira a ser algo más que fútbol, deja de ser fútbol? Como recuerda Daniel Tammet en su delicioso ensayo "La poesía de los números", el poeta romano Horacio aludió en sus versos al injustamente olvidado matemático Arquitas para exponer una paradoja, quizá, la mayor de todas, esa que describe a los hombres finitos que dedican sus vidas a medir el infinito. Al gran Arquitas, que midió el mar, la tierra y las arenas incontables, ahora sólo le cubre el escaso tributo de un poco de polvo junto a la costa del Matino. Si hemos olvidado a Arquitas, que quiso medir el infinito, imaginemos lo que será del busto de Ronaldo, de las polémicas protagonizadas por Piqué, de las casas de apuestas, del precio de Mbappé y de los aspavientos de Tomás Roncero cuando el fútbol infinito lo convierta todo en polvo. Incluidas las puertas horizontales.

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