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Sobre los populismos

Es facilón criticar al populismo. Casi tan fácil como habría sido criticar a los conservadores que, so capa de ciencia, impusieron una ideología llamada «austeridad».

No se discute el carácter populista de Le Pen. Pero es que Macron acepta la etiqueta. Ya tenemos la primera pareja, aunque antes fue la de Trump y Sanders en sus respectivas pre-campañas hacia el nombramiento como candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Tampoco se discute que Syriza y Amanecer Dorado sean los populistas de Grecia. Otra vez, derecha e izquierda. En España nos falta algo para formar pareja que, de hacer caso a algunos egregios antecedentes, tendría que ser de un partido conservador.

Pero, cuidado, hemos caído en la trampa, que los populistas hacen saltar por los aires, de clasificar en «derecha» e «izquierda» como si fueran palabras sobre cuyo significado todos estamos de acuerdo. El ejemplo de Macron es expresivo. Además, no hay modo de encontrar acuerdos entre las diversas definiciones, desde la que puede extraerse de Ernesto Laclau (que fue libro de cabecera de algunos «podemitas») a la de Moisés Naïm pasando por la de un informe publicado por la «comunidad de inteligencia» estadounidense o el libro de Jorge Verstrynge sobre el asunto. Conjunto bien heterogéneo.

Los elementos comunes en estas definiciones serían, primero, una visión de la política como de confrontación entre «nosotros» que representamos al bien común, la gente, la nación y «ellos», que son insolidarios, la trama (antes casta), los «nos roban». Y, después, un énfasis en los sentimientos por encima del raciocinio. Si esto es así, no hace falta clasificar a los partidos en populistas y no-populistas: en mayor o menor medida, todos tienen algo de esto que parece una epidemia y que llega a las distintas formas de nacionalismo (estatal y sub-estatal) que están poniendo en peligro la existencia misma de la Unión Europea y con coste a evaluar tanto si es Francia u Holanda los que se van de la Unión como si son Escocia o Cataluña los que tienen su particular «exit».

Como parece que nos encontramos ante un fenómeno que, aunque de fronteras difusas, afecta al conjunto de partidos europeos en mayor o menor medida, vale la pena preguntarse por los factores que han podido llevar a tal situación.

Hay, primero, factores políticos y el primero es la crisis de los partidos convencionales (en particular, el Partido Demócrata en USA y los socialdemócratas en Europa). Sin embargo el problema es más profundo y tiene que ver con el desasosiego europeo con el funcionamiento de la democracia. Los motivos parecen ser variados e incluyen la percepción de la corrupción, el aumento de la desigualdad y la apreciación de las instituciones públicas como algo en lo que no se puede confiar.

Aparece, en segundo lugar, el campo cultural, las mentalidades y lo que se puede llamar «cultura del tuit». Se trata del papel que han jugado las nuevas tecnologías de la información que, si bien, efectivamente, proporcionan mejor acceso a noticias y datos, corren, por otro lado, el riesgo de producir esas «burbujas ideológicas» mucho más acusadas que las producidas por los medios convencionales.

En el terreno económico, la crisis iniciada en 2007-2008, ha hecho caer la renta disponible y la riqueza de muchas familias y ha golpeado con particular dureza a los jóvenes. Como es sabido, la frustración produce agresividad y esta busca un objeto sobre el que descargarse en forma de autodestrucción (aumento de la depresión y, eventualmente, de los suicidios), violencia callejera y búsqueda de objetos (reales o ficticios) a los que declarar responsables de la propia situación.

Es igualmente generalizable la situación de las clases medias, temerosas de caer en la pobreza, inseguras sobre su futuro como desempleado o como pensionista. La inseguridad es una situación que pide seguridades.

Pero el problema no es de desigualdad sino de la polarización, o sea, situaciones en las que los extremos de la escala social, ante la disminución de los elementos intermedios (las clases medias), generan formas de enfrentamiento en las que no se excluye la violencia, en su extremo mediante la revolución o la represión militar/policial. Es claro que esas opciones dicotómicas pueden reforzar tendencias hacia la polarización, pero no se trata de sus causas que, en términos tanto clásicos ( Karl Marx) como contemporáneos ( Warren Buffet) se pueden llamar «lucha de clases».

Podemos seguir criticando a unos populistas olvidándonos de los factores que han llevado a esta situación. Es, guste o no, una forma de colaborar en ella. Así es la política.

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