Hipócrates, hace... 2500 años atribuyó el origen de muchas enfermedades a abstractos desequilibrios de los humores internos del cuerpo humano. El mismísimo Aristóteles coincidió con este diagnóstico, pero el francés Louis Pasteur, siempre hay pioneros -suelen ser, además, incomprendidos-, descubrió que existían bacterias, virus y que eran estos la causa de muchas enfermedades infecciosas. Pasteur, en 1885, logró la vacuna contra la rabia. Tres años antes Robert Koch, descubrió el bacilo del cólera. La humanidad entraba en una nueva era y la higiene evitaba muchas enfermedades ya que hasta entonces los cirujanos ni se lavaban las manos. Se asumía, lentamente, que existía un mundo de microorganismos que podían matar o deteriorar la salud de manera muy significativa. En este proceso la ciencia evitó la muerte de millones de personas, muchas de ellas niñas y niños.

La viruela pudo ser erradicada y la polio podría ser erradicada, pero en algunos países tropieza con fanáticos que se oponen a la vacunación. En esta «guerra» en pro de la salud pública no faltan sanitarios que desconfían de las vacunas, y algunos padres y madres, que administran la patria potestad de los menores, rechazan la inmunidad que estas proporcionan argumentando delirantes teorías.

Resulta contradictorio que las autoridades sanitarias recomienden vacunaciones y al mismo tiempo estas no sean obligatorias ni gratuitas, situación que se ha agudizado en nombre de la crisis. En algunos países no se puede escolarizar a un menor si no ha recibido las correspondientes vacunas. La vida de un menor no vacunado su vida puede estar en riesgo y, además, en la escuela, puede contagiar a otros niños.

La patria potestad, como todo, tiene sus límites. Si la familia se niega a que un menor reciba una transfusión de sangre, por ejemplo, el médico debe comunicar esta situación al juez de turno que retire temporalmente la potestad; es diferente si el enfermo es mayor de edad.

Las vacunas no disfrutan de merecido prestigio. En poco más de un siglo le han salvado la vida a millones de personas, puede que a unos 500 millones. Todos los años, cuando llega la gripe, se aconseja que se vacunen los llamados «grupos de riesgo», pero, así y todo, la gripe mata a unas tres mil personas. Estos fallecimientos se pueden evitar, al menos la mayoría de ellos, y también se podrían evitar muchos ingresos hospitalarios, el uso de diversos medicamentos y muchas bajas laborales: la gripe exige reposo. Conviene recordar la epidemia de gripe de 1918, mal llamada «gripe española»: a Europa la trajeron las tropas norteamericanas que desembarcaban en el continente durante la primera guerra mundial. Este virus, tan cambiante, mató a más personas que la misma guerra.

Las vacunas son eficientes y un simple pinchazo evita muchas desgracias. Lamentablemente vivimos en la llamada «posverdad» y por tanto, conviene desautorizar a quienes de manera no científica niegan su importancia.