Durante la conferencia «Selección embrionaria mediante diagnóstico genético preimplantacional (DGP)», organizada por la Unidad de Genética Molecular y la Unidad de Consejo Genético en Cáncer del Hospital General de Elche, expertos abordaron la semana pasada la necesidad de ampliar las técnicas de fertilidad a más personas. Se trata de seleccionar embriones para tener hijos sanos evitando que desarrollen enfermedades genéticas.

Pacientes que sufren patologías hereditarias y buscan descendencia se ven en la tesitura de aceptar o no el riego que entraña para su futuro hijo. Abogan por abrir la puerta de la selección embrionaria a cada vez un mayor número de afectados, para que puedan beneficiarse de este método.

Esta técnica también se ha utilizado en la determinación de la compatibilidad de un embrión, como donante futuro de otra persona, lo que algunos han venido a denominar «bebes-medicamentos», como Javier, el primer niño que fue tratado genéticamente en nuestro país para ser compatible con su hermano enfermo de una rara anemia congénita. Nació en octubre de 2008 y la sangre de su cordón umbilical sirvió para realizar un trasplante de médula a su hermano.

La Ley de Reproducción Asistida vigente tan solo legaliza esta técnica para los pacientes que sufren enfermedades raras graves, de aparición precoz y sin tratamiento curativo posnatal, y en algunos supuestos de cánceres hereditarios.

Estos facultativos apuestan por emplear esas metodologías sin caer en la elección de rasgos físicos o del sexo.

El avance de la genética es incuestionable y añadiría que imparable, pero deben limitarse a evitar enfermedades hereditarias graves, ¿o puede/debe ir más allá?

La manipulación genética siempre ha despertado suspicacias en un sector importante. La aparición de nuevas técnicas que permiten alterar «a la carta» el genoma de embriones humanos no hace más que avivar la discusión.

Los «bebés de diseño» han sido objeto de películas como «Gattaca», donde los padres tienen hijos con la ayuda de la ingeniería genética para que tengan más salud y resistencia física, seleccionando el sexo, color de ojos, cabello y piel. También protagonistas de libros de ciencia ficción ya desde 1932, cuando Adous Huxley publicó su libro «Un mundo feliz», cuya historia empieza con un grupo de jóvenes estudiantes que están de visita en el «Centro de Incubación y Condicionamiento de Londres», escuchando a El Director que explica a los estudiantes el proceso por el cual se cultivan seres humanos en botellas, clasificados en alphas, betas o épsilon. Es curioso que el título tenga origen en una obra del autor William Shakespeare, «La tempestad», cuando Miranda pronuncia su discurso:

¡Oh qué maravilla!

¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!

¡Cuán bella es la humanidad!

Oh mundo feliz,

en el que vive gente así.

Parece ser que William, de ser contemporáneo nuestro, sería partidario de los bebés de diseño, ya que vincula belleza a felicidad? O simplemente es licencia poética y postureo de Miranda.

La polémica está servida, luces y sombras y no pocas contradicciones.

Sin frivolizar, pero rebajando un poco el tono, y pensando en el «todo vale» no sé si es peor el mundo poblado de los clones clasificados, paridos por los vientre- botellas, que a padres eligiendo los rasgos de sus hijos inundando el mundo de Pitts, Jollies, Vegas, Patakys o con los cánones de belleza que estén de moda en el futuro.

Tanta perfección devendría, por reiterada, en irrelevante y monótona y no hay nada que aburra y canse más que la monotonía.

Que no nos priven de esos locos genes de nuestros ancestros, que aparecen y desparecen, en constante modificación por las nuevas ramas de ADN que se entrecruzan, generación tras generación, características de antepasados que reconocemos en padres, hermanos y abuelos, con posibilidades infinitas en su desarrollo natural.

Como el titular del periódico INFORMACIÓN donde se recoge la noticia de la conferencia, digo: «Selección embrionaria sí, bebés a la carta no».