Esta conversación la incorporó a sus páginas la revista «Archivo de Arte Valenciano». Valencia LXI. 1985. Número único. Eusebio Sempere murió el 10 de abril de 1985 en Onil. Expuse al obispo Pablo Barrachina su deseo de ser enterrado dentro del Monasterio de Santa Faz y lo aceptó. Su muerte le impidió estrenar su magisterio en la cátedra "El Lenguaje del Arte" en la Universidad Pontificia de Salamanca.

Subí a Onil el pasado lunes para celebrar el primer día de Pascua de Resurrección con Eusebio Sempere; éramos como hermanos. Lo encontré postrado en el lecho librando la última batalla con la muerte. Pero peleaba con serenidad; la paz espiritual era el arma de combate. La distensión ambientaba la aurora del adiós. Nervios de acero abortaban cualquier asomo de alteración. Eusebio, si fue un gigante en el arte, se superó a sí mismo al instalarse en el mundo de lo sobrenatural. Algún día desvelaré la vivencia religiosa de Eusebio, expresión de la fe de un creyente.

¿De qué conversamos en la que ha sido nuestra postrera charla? De temas que ya venían siendo fijos en nuestros coloquios. De la sublimación del dolor por la fe cristiana; de la teología del arte; de cómo se ha llegado a un punto irreversible, al no retorno en planificar con otro talante el estudio de la historia del arte; del proyecto largamente acariciado de embarcarnos, cuando recuperarse las fuerzas, en una Biblia que él ilustraría, nuestro común amigo Abel Martín la multiplicaría con sus serigrafías maestras y quien estas líneas escribe documentaría con estudios exegéticos. Es la gran obra que Sempere añoraba y que permanecerá en la esfera de los sueños. También discurrió el hablar sobre las amplias posibilidades cara al futuro que puede tener Alicante si los artistas con una reconversión «tecnológica y cultural» se sitúan en ese horizonte pionero donde el rayo láser desplaza al pincel; de ayudar a promocionar nuevos valores de la plástica; de colaborar en la mejora de las circunstancias ambientales para que el hombre se encuentre feliz. Y soñamos juntos en obras a plasmar cuando él estuviera sano. Los temas fueron sazonados con ocurrencias y chistes que llevaban la sonrisa a unos labios ya próximos a cerrarse para siempre.

Cuando le di un beso de despedida, el postrero y definitivo por desgracia para mí, sentí que la vida del amigo se escapaba. Al enfilar la carretera para regresar a Alicante, el sentimiento de que Eusebio ya era historia se apoderó de mí. A los dos días clausuró su ciclo terreno. Quizá en aquella entrevista me faltó una regañina para que no se marchara tan pronto.