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Incierta gloria

No me quito de la cabeza la película Incierta gloria, que vi el pasado domingo en el cine Navas, con un total de cinco espectadores, incluido un servidor. Se trata de la última película de Agustí Villaronga, autor de grato recuerdo por otra película sobre la guerra civil española, Pa negre, que arrasó en los Goya del año 2011 con nueve «cabezones»; aborda ahora el novelón del catalán Joan Salas, llevándonos al frente de Aragón en uno de los relatos más sombríos y áridos del cine y la novelística española, profundizando en el drama personal de dos amigos que desemboca en una de las situaciones más trágicas y crueles que se pueda imaginar. La película no es tan impactante ni redonda como su predecesora, pero no deja de ser un documento estremecedor que no es sino la punta de los muchos icebergs imaginables en nuestra contienda. La guerra, siempre presente, y de la que es imposible sustraerse, sigue como cabecera de telediarios especialmente por la tragedia de Siria; este martes se produjo un gran bombardeo químico sobre la ciudad de Jan Shijun, con el resultado de 58 civiles muertos (entre ellos muchos niños) y cientos de heridos aquejados de vómitos, asfixia y convulsiones como consecuencia de los gases desprendidos de las bombas. Y suma y sigue, lamentablemente, y sin que por el momento nadie se haga responsable de semejante masacre. Son ya seis años de horror, sin que el mundo reaccione seriamente intentando parar lo que ya es una de las mayores catástrofes de nuestros días; cuando los países son incapaces de resolver sus dramas internos es moralmente obligatoria la intervención de los países civilizados sin que ello suponga una injerencia, y sin ponerse al lado de ningún bando litigante. Porque Siria está desapareciendo. El terrorismo islamista es la otra gran tragedia que azota a Occidente, y para muestra los últimos ataques perpetrados en Londres y esta semana en la bella San Petersburgo; por último, y por si no es suficiente con la barbarie de las acciones humanas, se ha sumado últimamente la naturaleza con las graves inundaciones en Perú, uno de los países más pobres de Latinoamérica. Todo ello hace urgente la reflexión mundial, cuyas voces siguen escuchándose de forma tibia cuando deberían ser atronadoras; nadie se moja realmente, a excepción de la postura conciliadora, pero contundente, del papa Francisco, probablemente el pontífice más comprometido de los últimos siglos. Se reclama la solidaridad de Europa acogiendo a los miles de ciudadanos sirios que intentan sobrevivir en los diversos países occidentales, sin que la respuesta esté ni mucho menos a la altura que las circunstancias exigen, empezando por España que continúa cicatera al respecto. Nuestro país no está boyante, pero todavía podemos compartir lo poco (en algunos casos lo mucho) que tenemos. En fin, el momento no es ni mucho menos esperanzador; y cada uno sobrevive y acalla su conciencia como puede; por eso es reconfortante que, al desasosiego producido por le película del título, le siguiera el magnífico concierto de piano que pudimos disfrutar el lunes con la Sociedad de Conciertos, de la mano de la gran pianista rusa Elisabeth Leonskaja, abordando de forma exquisita, entre otras piezas, una de las maravillosas sonatas de Schubert. Y esto no es escapismo. La variable atmósfera levantina mantiene los almendros en flor, que no deja de ser otro aliciente estético; y ya se huele a torrijas, a tortilla de habas y al conejo con tomate del domingo de Pascua. La Mona se aproxima; la vida sigue.

La Perla. «La esperanza es muy buen desayuno pero muy mala cena» (Francis Bacon, filósofo inglés del siglo XVI. No confundir con el gran pintor británico de nuestra época, del mismo nombre)

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