Parece claro que el sistema educativo que elige un país para formar a sus jóvenes mantiene una clara relación con la forma en que sus habitantes y su cultura enfocan el mundo y se proyectan en el futuro. De hecho, encontramos diferencias significativas en el modo de abordar este asunto dependiendo de la nacionalidad.

Los finlandeses eligen un modelo educativo exigente en cuanto al contenido, pero flexible en cuanto a la forma. El horario escolar no excede las cinco horas, y no existen las tareas para casa, permitiendo a los estudiantes desarrollar sus intereses individuales con actividades extracurriculares. Además, prestan mucha atención al diseño de las clases, creando espacios para el juego y decorándolas de forma que se estimule su creatividad.

En Corea del Sur se promueve una alta competitividad entre los alumnos. Es un sistema muy estricto y riguroso, que promueve el crecimiento económico del país. Su lema es: «Si eres el primero en la clase, lo serás en la vida». Los resultados que se obtienen son positivos, y el gobierno destina casi el 7% del PBI a la educación. Los contras se relacionan con el aumento del estrés y la competitividad, y la escasa atención al desarrollo emocional de los alumnos.

En Japón es habitual que sus escolares estudien muchas horas y que se les exija un alto grado de competitividad. Los deberes para casa son muy frecuentes y, además, han de realizar tareas de servicio dentro de la escuela y en la ciudad. Con ello se logra que desde pequeños valoren el trabajo y el sentido de comunidad. Se concede mucha importancia a la resolución de problemas con juicio crítico. Por otra parte, la educación es mayoritariamente pública y gratuita.

Holanda otorga enorme importancia a su sistema educativo, dedicándole buena parte de sus fondos públicos. Promueven decididamente la igualación de todos los sectores económicos y etnias a través de la tecnología (todos tienen acceso al mundo digital), el desarrollo del sentido crítico y el aprendizaje de otras lenguas. Más que memorizar, se les enseña a «aprender a aprender», así como a fomentar la colaboración y la autonomía.

Detengámonos, por último, en una curiosa y elogiable propuesta educativa, que impulsó desde 2011, la cantante islandesa Björk, caracterizada por una atención especial al desarrollo de la creatividad, al empleo de la música, las ciencias naturales y la tecnología. Su objetivo es educar a personas sensibles y creativas. Se denomina Biophilia Educational Project, y es un modelo más interdisciplinar pensado para niños de entre 10 y 12 años de edad. Consiste en talleres participativos cuyos profesores son artistas, científicos, académicos y estudiantes de distintos niveles, y entre los cuales generan un espacio de intercambio y debate.

Múltiples modelos para esculpir a las sociedades del futuro.