Se está abusando de la palabra personaje. Se emplea mucho. Se la estresa a fuerza de meterla en tantas conversaciones. Hay gente que la utiliza sin medida. De continuo. Y no puede ser. La estamos fatigando. Cualquier día le da un jamacuco y nos quedamos sin ella. No hay derecho a que haya tantas palabras en el banquillo, sin que las pronunciemos, pidiendo una oportunidad y que sin embargo a otras las hagamos jugar de continuo. Basta.

«Ese es un personaje», dice alguien a mi lado en el bus. «Mi novio es un personaje», afirma ufana una chica a voces por el móvil. «Valiente personaje estás hecho», le espeta una madre a su hijo en el parque cuando el pequeño intenta comerse solamente el salchichón y le tira el pan a las palomas, que están arremolinadas como de asamblea.

Pareciera que hay personajes por todos lados. Personajes en el parque y en el bus, en la filatelia y la mercería, en la tienda de ropa y en el restaurante. Va a ser que no. En realidad somos casi todos de una vulgaridad soportable. Seres si no anodinos bastante convencionales. Practicamos si acaso una moderada rebeldía, creyéndonos audaces. Un calcetín rosa. Esto no quiere decir que no haya bastantes personajes, que no nos topemos con frecuencia con personajerío, personajetes, personajazos e incluso excéntricos, que por serlo tanto, más que personajes son raros. Luego hay otra categoría más allá del raro. El raro de cojones. Se distingue del personaje por ser imprevisible, dado que el personaje, para llegar a serlo tiene que interpretar su rol de continuo, lo cual, claro, lo hace previsible. Si eres un personaje porque siempre vas vestido de amarillo y tienes barba en una sola mejilla para consolidarte como personaje has de persistir en ese look. Día sí, día también. El raro, y más el raro de cojones es por el contrario alguien que, como en Amanece que no es poco, un día monta en bicicleta y al siguiente lee a Faulkner. Pero que nadie vaya a identificar personaje con indumentaria. Hay personajes que visten de oficinistas y sin embargo lo son por, vaya usted a saber, por ejemplo, por bailar todas las tardes un aurresku en la calle y luego regresar al trabajo y abrazar a los compañeros al grito de vivan los sonetos y el chocolate blanco. Tal vez yo mismo esté fatigando de nuevo a la palabra personaje, reclamando su intervención en no pocas líneas de esta columna. Un abuso. Muy raro.