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Juan R. Gil

El arte de hacer la estatua

El PP celebra su primer congreso regional tras perder el poder sin liderazgos sólidos ni proyecto político, pero con la seguridad de que son los errores del Consell los que pueden devolverle al Palau de la Generalitat

El PP de la Comunidad Valenciana celebra este fin de semana congreso regional, lo cual resulta un hecho extraordinario por varias razones:

1. Porque es el primero que los populares afrontan desde que perdieron el poder en la Generalitat Valenciana y la mayoría de las instituciones importantes de la Comunidad, excepción hecha de las diputaciones de Castellón y Alicante.

2. Porque, igual que los de Bilbao nacen donde quieren, los dirigentes populares hacen los congresos cuando les viene en gana. El anterior a éste lo organizó Alberto Fabra hace casi exactamente un lustro, en mayo de 2012.

3. Porque es un congreso del que nadie, ni sus propios cuadros ni por supuesto los militantes, esperan absolutamente nada. Una reunión a la que se apuntan 3.000 para que se les vea pero sólo la mitad se queda a votar. ¿Y el proyecto? Hacer la estatua: repartirse los papeles para ensalzar a Rita Barberá y pedir perdón por la corrupción (por última vez, dice Bonig, como si fuera ella la que tuviera derecho a estar harta), y esperar el fallo del contrario.

El último congreso que el PP tuvo que dirimir estando sentado en la bancada de la oposición fue el que llevó en 1993 a Eduardo Zaplana a la presidencia regional del partido. Alicante se alió con Castellón -donde se celebraron las sesiones- y con Aznar dando cuerda al mecanismo el entonces alcalde de Benidorm apalizó al hoy todavía senador, Pedro Agramunt. De aquel congreso salió un PP renovado en dirigentes y en línea política que se impuso al PSPV en las siguientes elecciones. Tres años después, ya en la cabina de mandos gracias a los votos de Unión Valenciana, el PP hizo otro congreso para asentar las bases de un dominio que no dependiera de terceros y marcó una estrategia de acoso y derribo a los de Lizondo que acabó con los populares siendo regionalistas de palabra y centralistas de pensamiento y obra. Se comieron todo el pastel y aunque aquel mantra del poder valenciano, que luego pasó a ser el del milagro valenciano, terminó como el de la vergüenza valenciana, hay que reconocer que les fue bien. Tardaron dos décadas y decenas de sumarios por corrupción en perder la Generalitat. Elecciones, lo que se dice no ser el primero en votos, aún no han perdido ninguna.

A eso se amarran ahora las tropas de Bonig, presidenta por casualidad, y Císcar, el hombre que nunca cambia de chaqueta porque sólo lleva la suya: a que pese a los chuzos de punta que les han llovido siguen siendo la fuerza más votada y a que todo indica que en el futuro más próximo no sólo no bajarán de ese pedestal, sino que pueden tener fundadas esperanzas en reconquistar el Palau y buena parte del poder que hace dos años perdieron.

El PP no tiene figuras en la Comunidad Valenciana en estos momentos. Las que tenía se fueron, las echaron, están imputadas o incluso encarceladas. Así que lo de este fin de semana es el cónclave de los segundones. No hay líderes con capacidad de ilusionar a los votantes. Ni tampoco con ideas nuevas. Isabel Bonig puede soliviantar a gritos a los militantes más recalcitrantes, pero su discurso no va a ser desde luego el que levante pasiones entre el electorado más liberal que ella. Y Císcar es un político inteligente, pero de los que aplica la inteligencia sólo a que no sepas si baja o sube la escalera o en qué bolsillo lleva el puñal. ¿Hay alguien más? Psss. César Sánchez convencido de que si es lo suficientemente obediente puede esperar jugando al golf a que los otros se den el leñazo y luego ser aclamado él para llegar a la presidencia de la Generalitat antes que a la edad de jubilación. Juan Carlos Moragues clamando en el desierto. Eva Ortiz preguntándose todos los días cuándo le tocó la lotería. María José Catalá cuestionándose cuándo perdió el décimo... Luego está la retahíla de bienmandados, encabezada por JJ, de nombre Juan José Sánchez Zaplana, y para acabar el repaso te acercas a Alicante, ves los vicepresidentes de la Diputación, intentas recordar los nombres de los parlamentarios nacionales, prefieres olvidar los de los autonómicos, contemplas los codazos por la candidatura a la capital y no puedes más que exclamar aquello de «p'a lo que han quedao».

Y aún así, les faltará el proyecto, las personas, el espíritu, la vocación de servicio, la afición que se diría de un torero, pero lo que quizá no les falte es razón. Porque su estrategia es sencilla, pero efectiva, ya que su cumplimiento ni siquiera depende de ellos, así que para qué se van a esforzar. El PP celebra este fin de semana un congreso del que saldrá igual que entró: a esperar que la izquierda se dé el batacazo. Que el PSOE con sus guerras civiles, Compromís, con sus navajazos de salón, y Podemos con sus purgas sumen menos que el PP con lo que quede, si es que algo queda, de Ciudadanos, un partido del que lo más importante que se ha sabido en esta Comunidad en dos años es que su exlideresa, ahora en rebeldía, se ha casado con un exguardia civil que ejerce de portavoz parlamentario pero no cobra dedicación exclusiva en las Corts para poder así ganar más dinero con lo que el partido le paga por fuera. Igual que Bonig y Císcar, por cierto.

Esa es la clave. A eso se reduce todo. A confiar en la sociología -disciplina que, tomada en serio, nada tiene que ver con las encuestas, y que hace años que machaconamente viene constatando que esta Comunidad es un territorio con tendencia a cargar al centro-derecha-; en los errores de fondo de la izquierda gobernante, que cada vez pisa menos la plaza y más el palacio, y que vuelve a repetir el sempiterno error de perder más tiempo en las identidades que en las necesidades; y en la fidelidad a prueba de escarnios y de escándalos de una importante masa de votantes que ha demostrado ser capaz de apoyar al PP hasta cuando el PP les ha ofendido. ¿Porque son tontos? No. Porque son pragmáticos. Así que, ¿qué más da el congreso del PP? Los que importan son los que vienen: el del PSOE, el del PSPV, el de Podemos, el de Compromís... Si siguen desangrándose, el PP habrá acertado en su principal ponencia. Esa que no se repartirá a la Prensa y que tiene un único enunciado: «El PP se sentará a ver pasar ante las urnas el cadáver de su enemigo». Marzà debería actuar: no hay copia en valenciano.

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