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Cuestión de tendencias

Las sociedades en general, y la española no se queda al margen, recorren la historia en función de las distintas tendencias que se van poniendo de moda por motivos y razones de muy diversa índole. Ese fluctuar de mareas mecidas por un movimiento gravitatorio universal que unos venden como casuístico y otros atribuyen a confabulaciones más terrenas y humanas, verdaderamente marea y llega a desnortar a buen número de gentes de bien, hombres y mujeres de a pie que, pendientes de cumplir con obligaciones laborales y familiares, no se paran a analizar movimientos cósmicos ni socio-políticos porque, o no les importa un bledo, o no tienen tiempo para que les importe. Y de pronto, con el pasar de los años, uno se para y ve y analiza y compara y ya, lo que antes era normal, ahora parece locura.

Vivimos tiempos de éticas y moralidades endebles por contradictorias. De repente asistimos a interpretaciones de la Historia que nos dejan boquiabiertos y se vuelve evidente lo que antaño parecía inimaginable. La posmoderna interpretación animalista del mundo nos vende de una manera camuflada pero evidente, por ejemplo, una lectura antitaurina de la obra de Francisco de Goya. Hasta el próximo 11 de junio se puede visitar en el Mubag la exposición Goya. Testigo de su tiempo, en la que se muestran completas las series «Los Desastres de la Guerra», «La Tauromaquia» y «Los Disparates». Un lujo para nuestra ciudad, sin duda. Sin embargo, no dejan de chirriar algunas frases que se han podido leer en diferentes medios, como que, por ejemplo, con estas obras el de Fuendetodos muestra «la denuncia que él hace de su época y la denuncia que hacemos ahora de nuestro tiempo», mezclando churras con merinas (los temas de las tres series) y arrimando el ascua a la visión animalista afirmando que los grabados de tema taurino «son demasiado veraces y se ve la crueldad real de lo que es la fiesta del toro». Ya ocurrió hace justo un año, cuando la campaña «Madrid, capital animal» quiso mostrar el supuesto «antitaurinismo» precursor del pintor aragonés en otra exposición, esta vez en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Francisco de Goya, asiduo a los avatares de la lidia, y que llegó a firmar algunas de sus cartas como «Don Francisco el de los toros». Su comunicación epistolar con Moratín o Martín Zapater así lo atestiguan, a decir de Andrés Amorós. ¿Qué pensaría el pintor de la Quinta del Sordo si supiera de la visión torticera que algunos quieren dar a su obra y a una de sus pasiones vitales?

Dentro del mismo mundillo taurino, no se crean, también existen las tendencias. En los últimos veinticinco años, por ejemplo, se ha venido produciendo una oleada de indultos que comenzaron (con algunas esporádicas excepciones anteriores) con aquel «Bienvenido» de Jandilla en Murcia, por septiembre de 1992, y que han tenido su último capítulo en el «Pasmoso» valenciano de Garcigrande. Entre ellos, toda una nómina de animales que no siempre atendieron al grado de excelencia en todas las facetas de la lidia, porque lo que prima en la moderna tauromaquia es la faena de muleta. Un toro remiso y huidizo en varas, si repite en las telas y muestra mucha «durabilidad», aunque acabe las embestidas sin celo, servirá para provocar la populista absolución de la suerte suprema. La horquilla para medir cuándo sacar el pañuelo naranja se ha holgado tanto que se ha terminado por llegar a desvirtuar el premio, que ha pasado a destacar al torero sobre el toro. «Medilonillo», «Amaestrado», «Bandeirito», «Comendador» y «Sacacuartos» son los nombres de los animales que han merecido volver a la dehesa desde nuestra plaza de toros. ¿Podríamos recordar el nombre de sus lidiadores? ¿Y el del hierro que lucían en sus lomos?

Se puede admitir cierta laxitud para el indulto en aquellas ganaderías que, por su encaste, tienen pocas opciones de refrescar su sangre brava. Pero, en el resto de casos, bajar el listón al triunfalismo y a la supuesta buena imagen que supone para la fiesta sin anteponer el argumento de la bravura y la excelencia puede suponer un arma de doble filo. La «indultitis» podría abrir, entonces, una peligrosa puerta a la corrida sin muerte, y estaríamos legitimando el fin de la lidia, del sacrificio, de la liturgia. El fin, en definitiva, de todo un conjunto de principios...

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