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Antonio Sempere

El plurilingüe

Para mí Nuria Oliver, nuestra ingeniera de Telecomunicaciones más reconocida, doctora por el Media Lab de Massachusets y una de las investigadoras informáticas más citadas de España sigue siendo todavía, y a mucha honra, la hija de mi profesor de Latín, José Luis Oliver Domingo. Cuestión de puntos de vista.

Y es que no fue José Luis un profesor cualquiera. En el fondo, yo pedía a mis profesores de Bachillerato que actuaran, que interpretasen. ¿Qué menos se puede pedir a un enseñante? Si no se lleva dentro a un comunicador, pocos conocimientos se podrán transmitir. José Luis fue uno de los mejores docentes que tuve en mi vida. Aunque en realidad era traductor y todas esas cosas serias, se hacía pasar por artista. Verán. Llegaba José Luis de buena mañana con un equipo de música de 1978 (vamos, con un pick-up) y nos iba poniendo fragmentos de Carmina Burana. Poco a poco. Dosificadamente. Y nos advertía: «El solo que viene ahora es el que canta vuestro profesor de Latín mientras se afeita». Y uno, recién cumplidos los 15 años, no tenía por menos que quedarse clavado en el pupitre. Y todavía cuando escuchamos la obra de Orff vemos más a Oliver frente al espejo que a los de la Fura haciendo equilibrios.

La memoria, que es tan caprichosa. La cuestión es que me encontré hace unos días a José Luis en compañía de uno de sus nietos, el hijo mayor de Nuria. Trece años. Vivaracho. Lector empedernido, en ese momento con un libro en inglés entre las manos. Esperaban en la plaza de Abad Penalva que su tío (el obispo emérito Victorio Oliver) acabara una misa, y nos pusimos a charlar.

Lo primero que dijo el chaval era que no se creía que José Luis hubiese sido profesor mío. En todo caso, compañero. Claro, con los años está mucho más joven. Viendo que el nieto estaba comunicativo, me interesé por sus gustos cinéfilos, y como quien no quiere la cosa terminamos hablando de Silencio, de Scorsese, y él, con sus trece años, de su visión sobre las religiones en el contexto de los Jesuitas del XVI y en las tierras japonesas. Un portento. Al comprobar que me encontraba con un plurilingüe de verdad, de los de libro, dominador de no menos de cuatro lenguas, osé preguntarle por cómo le iba el valenciano, como asignatura. A lo que raudo, me contestó: «Pues esta semana mal. Porque por culpa de escribir 'tomaca' por 'tomate' me bajaron la nota». Y claro, para quien saca las más altas, eso siempre es un incordio.

Cuando me despedí, pensé en el destino de los hombres. En lo lejos que llegaría esta criatura, sin necesidad de hablar de geografías, aunque también. Y en los abismos que nos diferencian por venir al mundo en una u otra familia.

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