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Tomás Mayoral

La ley del embudo

Nunca fue propuesta, debatida en parlamento alguno ni promulgada. Por no tener, no tuvo nunca boletín oficial que la acogiera o publicara. Nadie la defiende expresamente. Pero es la más invocada cuando se trata de medir la absoluta prevalencia del interés propio sobre el ajeno. Es la que más rige e impera. Tanto que va camino de convertirse, si no lo ha hecho ya, en la verdadera ley de leyes, en la genuina cúspide de cualquier ordenamiento jurídico que se precie.Aquí, en la tierra habitada por millones de reyes, como jocosamente la definió Quevedo, la hemos desarrollado a lo largo de muchos años con un vasto y complejo articulado. De ahí que, de un tiempo a esta parte, sea un fundamento de derecho tan citado por unos y otros. La invoca Puigdemont, cuando retuerce el campo de juego jurídico para justificar que es lícito utilizar una ley, de cuya legitimidad él duda hasta el desprecio, como base para llegar a otra que niega y anula la primera. La aplica Rajoy, cuando propone con descaro pasar página para lo propio mientras insiste en que debemos quedarnos a vivir ad eternum en la página que narra la historia negra de los demás. La idolatran Díaz y Sánchez, sociedad anónima de la guerra civil del PSOE, hasta el punto de aplicarla más a los propios que a los extraños. También es el amor secreto de Rivera e Iglesias, paladines de la nueva política pero no indemnes al poderoso influjo del agujero negro de poder que esta ley genera. Pero tampoco en esto inventamos nada. No estamos solos en tanta veneración. Más allá de nuestras fronteras el principio que destila ese sombrero de los locos, con permiso del de Napoleón, goza cada vez de mas correligionarios. Ahí está Trump, cómo no, ese legislador irrepetible que ha convertido en un arte la política de vivir cada vez más ancho a base de las estrecheces de mente los que le votaron primero y le padecen ahora. Ahí está May, empeñada en buscar una salida, aunque no sepa si el "exit" está en el lado ancho o en el estrecho, mientras lidia con el ectoplasma de Thatcher. Ahí están, frescos como rosas, los hijos de la patria que por puro racismo diezman el nosotros hasta dejarlo en un ellos miserable y descarnado. Con una vigencia que hace temblar la de la mismísima ley de la gravedad, la ley del embudo es un fantasma que recorre el mundo y que pervierte los límites de la empatía y la solidaridad. La muerte de la verdadera ley.

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