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De Roma a Roma, pasando por el Brexit

La breve cumbre de Roma posiblemente ha cerrado el arco de la política comunitaria iniciada hace 60 años en la misma ciudad. Demasiado tiempo para llegar a un balance de crisis de la moneda común y de la libertad de circulación y residencia de personas, casi único resultado de primer orden entre otros muchos aplazados sine die. La primacía de la expansión y la suma de naciones no ha conseguido los objetivos de unidad solidaria y desarrollo equilibrado de todos los miembros. La rechinante "doble velocidad" económica y financiera, que a punto ha estado de frustrar la firma unánime del manifiesto de la cumbre, se abre forzosamente a la adopción por cada país de la velocidad que quiera y pueda sostener, no una de dos sino varias. El lío de la disonancia será preocupante y aún más el incierto futuro del euro.

Resultaría más estimulante un compromiso de calendario para las unidades pendientes, fiscal y bancaria, que, por aproximarse a los moldes de una confederación, haría más creible el objetivo final de la unidad política. La globalización ha reforzado, paradójicamente o no, la realidad de los bloques. La Europa actual no está en condiciones de organizar las diferencias de sus miembros según el esquema confederal, a pesar de que los paises, estados, länder o cantones de los que operan en esa lìnea también absorben diferencias legales, económicas y culturales articuladas en una sola estructura. Además de otras carencias, la Unión Europea no tiene un idioma comun, perfectamente posible en el espacio de dos generaciones.

El "brexit" será coyuntural y cuestionable desde el momento en que el gobierno y las cámaras británicas verifiquen el predecible perjuicio de cambiar un continente como espacio propio por un socio bilateral como los USA, cuyo presidente puede durar lo que aguanten sus caprichos, manías y fracasos, desmontados por el voto parlamentario (el anti-Obamacare, por ejemplo) la reacción contra la xenofobia o el escepticismo ante una politica de empleo limitada por la robotización. El presidente que le suceda puede ser europeista y matizar o eliminar la relaciòn privilegiada con el Reino Unido, devolviendo las cosas a su sitio. Pero este sitio, el espacio UE, tendría que sobrevivir y hacerse más atractivo, mejor estructurado y capaz de hablar de poder a poder con los demás. El comunicado de la cumbre de Roma es una declaración de abstractas intenciones. Una más.

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