Sólo el año pasado se presentaron 12.555 denuncias por conductas presuntamente fraudulentas en materia fiscal, 50.000 en los últimos cuatro años. Quiero entender que se comprueban todas, sin olvidar ninguna, aunque su aspecto sea lo suficientemente repugnante para tirarlas a la basura. Todas deben de pasan el filtro de funcionarios que, con independencia de la falta de pulcritud de la ortografía, la falta de identidad del denunciante, o del contenido, seguro que se lo curran hasta que su profesional criterio dictamine, en primera instancia, si hay que continuar o no en la investigación o desecharla por carente de fundamento.

¿Y cuáles son los motivos por los que alguien denuncia? Si esperan algo distinto a lo que están pensando, están equivocados, todos son válidos, puede que alguno pelín bastardo, envidioso, cuñados que no hablan en las cenas de Navidad que ni levantan la mirada del plato aunque su mente rezume cómo empezar el Año nuevo liquidando al contrario con un ataque inesperado a la yugular económica y contárselo a dos, a España y al extranjero, y sobre todo en el barrio en el que vive el presunto.

Allende el norte cercano a la aurora boreal, se publican listas de los ingresos declarados de los contribuyentes por calles y por pisos para que cada uno le vea la cara a los vecinos y compruebe si lo declarado se ajusta o no a sus signos externos. ¿Se imaginan bajar en el ascensor bajándose las mangas para evitar la mirada hacia el peluco de marca, bufanda para disimular collares de perlas, o llevar guantes para evitar el frío y sobre todo para que no se vean los pedruscos anclados al anular? Mejor bajar andando y con la luz apagada.

Todos los motivos para denunciar, de forma anónima, o identificada con NIF, son bienvenidas, me resulta indiferente que sea una vendetta vecinal, mal de ojo familiar, o incluso lucha de buena fe contra los insolidarios fiscales, todo vale. Sólo en el año 2016 la AEAT recaudó casi 15.000 millones de euros, muy cerca del récord experimentado el ejercicio anterior, destacando los ingresos de 500 millones de modo espontáneo sin requerimiento previo, lo que evidencia que el miedo es un buen consejero.

El pero lo pone la crisis, que ha impedido que se renueven excedencias o jubilaciones del personal de la AEAT, y que ha colocado a España en el vagón de cola en número de funcionarios dedicados a la represión del fraude en comparación con otros países desarrollados. Un país como Polonia, con una población algo menor que la española (38 millones frente a 46 millones), tiene 48.818 funcionarios destinados a gestionar los impuestos, mientras que la Agencia Tributaria española apenas dispone de 26.962 empleados. Si la comparación se hace con Francia, el resultado es todavía más elocuente. Francia, con un 41% más de población, tiene cuatro veces más de funcionarios dedicados a recaudar impuestos, y lo mismo sucede en el caso de Alemania (110.382 funcionarios), Reino Unido (74.983) o incluso Italia (41.035), otro país con un fuerte peso de la economía sumergida. Un país como Holanda, con una población que representa apenas la tercera parte de la de España, tiene más funcionarios de Hacienda, lo que puede explicar por qué los Países Bajos se encuentran a la cola en cuanto a fraude fiscal. Baste decir que los informes más recientes estiman que alrededor de la quinta parte del PIB ?unos 200.000 millones de euros? escapan al control de Hacienda. Si calculamos una prudente cuota media de un 20% sobre lo eludido, las arcas del Tesoro recaudarían del orden de 50.000 millones de euros, y se terminarían las tarjetas amarillas de la Unión Europea por el déficit presupuestario y los negros nubarrones sobre las pensiones de un par de generaciones.

El mes pasado el Banco de España ha reconocido que el número de billetes de 500 cayó a niveles de 2004, bastante antes de la crisis. No obstante, se calculan que aún existen cerca de 50.000 billetes de color morado, que dejarán de emitirse a partir de 2018, lo que, a buen seguro, los convertirá en una pieza numismática de gran valor, incluso superior al nominal.

Medidas como el control de pagos en efectivo están asediando a los cada vez menos poseedores de la joya de la corona de la ocultación. La cueva de Alí Baba se convierte en almoneda, y pronto el color de sus billetes sólo será representativo de la Semana Santa.

Al fin volvemos a los Capirotes tradicionales abandonando el lado obscuro.