Sin duda, las primarias son un proceso de elección de líderes que legitima, en términos democráticos, al que resulta finalmente elegido, alejando cualquier atisbo de componenda por parte de las élites del partido. Sin embargo, según el momento en el que se encuentre la organización política, puede exhibir unas débiles costuras e, incluso, que el proceso deshilache las mismas, pudiendo dejar el partido para hacer trapos. La responsabilidad de que esto no ocurra es de todos.

El PSOE se encuentra inmerso en el proceso preelectoral de primarias, cuya oficialidad llegará en breves fechas. Es una obviedad que la pugna se centra en dos candidatos, pues el tercero juega al ejercicio de la bisagra, persiguiendo unos intereses muy concretos. Sin embargo, está en juego mucho más que la formación de una nueva dirección para el partido. Está en juego la viabilidad futura de la propia organización, pues la división interna ha alcanzado unas cotas, cuyas consecuencias pueden llegar a ser irreparables, dado que en una de esas facciones planea, con excesiva convicción, la idea de la escisión.

Susana Díaz defiende un concepto tradicional del partido, autónomo, moderado, que ha ganado elecciones. Para ello, ha aglutinado a los referentes del partido que, a pesar de sus diferencias, se han unido para mantener la esencia de ese Partido Socialista que ha sido reconocido hasta la fecha como alternativa de gobierno. Desde Felipe González hasta Alfonso Guerra, pasando por Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, cuyos enfrentamientos han sido públicos y notorios, todos ellos han dejado a un lado esas diferencias para trasladar el mensaje, uniéndose a Susana Díaz, de que el partido está por encima de los personalismos. Pedro Sánchez, en cambio, apela al cabreo militante de una organización superada por los populismos de la izquierda y preconiza un cambio en el modelo de partido, más participativo y arrumbado hacia posiciones menos moderadas de la izquierda.

Son dos visiones del partido que alcanzan posiciones antagónicas, trufadas por los enfrentamientos personales, que empujan hacia una pugna, no sólo de ideas, sino de ganadores y vencidos. Unos son acusados de ser la derecha del partido al haber facilitado la investidura de Rajoy, otros, empero, de poner el partido en riesgo de ser fagocitado por Podemos y encadenar derrotas electorales. Cada sector defiende su verdad, pero ambos lo hacen dejando poco margen para la reconciliación y empaste de sus propuestas. Ha habido en la historia del partido diferencias notables, como las protagonizadas por los líderes anteriormente citados, pero hay una manifiesta diferencia con la situación que se vive hoy en día, y es que nunca se ha amenazado con la escisión en caso de ver derrotada su posición, más bien todo lo contrario, pues si miramos hacia atrás la integración, en cualquier medida, ha permitido mantener al partido en un lugar apto para el debate. En este momento, no se vislumbra esta posibilidad.

He de reconocer que identifico el Partido Socialista que defiende Susana Díaz, dado que tiene la fuerza de la experiencia pasada, con sus errores, por supuesto, pero con vocación de no mirar hacia sus flancos para elaborar un proyecto ganador y que sostiene la autonomía del Partido Socialista, sin influencias coyunturales. Sin embargo, no puedo ser ajeno a las propuestas de participación que propone Pedro Sánchez, pues el Partido Socialista debe mejorar sustancialmente sus canales de comunicación y participación política de sus militantes. Por ello, me preocupa que la irresponsabilidad de todos cierre el espacio de acuerdos y de integración que permita hacer el partido que quiere la militancia y necesita la sociedad.